domingo, 30 de noviembre de 2014

La consolidación y burocratización del Estado ruso


Pedro el Grande (1672-1725) transformó al Imperio ruso en un estado militar y burocrático para poder competir con el resto de potencias europeas. Para ello el zar ruso emprendió un programa de reformas a partir de 1699 cuyo fin era, principalmente, preparar a Rusia militarmente para hacer frente a sus numerosos enemigos –Suecia y Turquía en lo que se ha llamado el peligro de los flancos, los tártaros y los atamanes cosacos de Ucrania y de Siberia-. Sin embargo las reformas fueron llevadas a cabo durante
En primer lugar una de las principales reformas llevadas a cabo fue la reorganización de la administración que fue rígidamente organizada mediante la creación de nueve Colegios centrales, en los que se concentraron  los departamentos gubernamentales, que estaban dirigidos por consejos colectivos y que se basaban en las teorías de administración europeas. Asimismo se creó un Senado regente en 1711, en plena campaña contra Turquía, para sustituir al zar durante su ausencia y cuyas prerrogativas eran: Vigilar la administración estatal, conseguir dinero y se encargaba de la justicia. En 1715 fue remplazada la división en distritos (uezdy) y provincias por los “agrupamientos” (doli) teniendo en cuenta el número de alquerías. Asimismo se crearon los “Concejos provinciales”, a imitación de las provincias bálticas suecas, para limitar el poder de los gobernadores, cada dolja de 5536 alquerías estaba sometida a un Concejo provincial que constituía una unidad técnica y económica.
El zar empleó para su reforma administrativa a expertos extranjeros, principalmente alemanes, y en el 1719 se crearon doce Colegios: Asuntos Exteriores, Guerra, Marina, una Cámara colegiada para los ingresos, una Oficina oficial para los gastos y un Colegio de revisión como controlador de instancias encaminados  al control de la hacienda del Imperio, Colegio de minas, Colegio del Comercio, Colegio de manufacturas creados para encargarse de los asuntos económicos, Colegio de justicia, la Magistratura superior como última instancia para la administración estatal y el Sínodo.
Con las reformas de Pedro la organización eclesiástica también sufrió una gran transformación al ser introducida en este sistema colegial mediante el Reglamento eclesiástico decretado en 1721 que establecía el Santísimo Sínodo Gobernante lo que significaba la eliminación del patriarcado, y por ende de toda posible oposición de la Iglesia hacia el poder real. El sínodo se encargaba de nombrar a los inquisidores que actuaban en materia teológica, pero sobre todo se encargaba de recibir las wostchinas –ingresos procedentes de las prikas conventuales-.
Debido a la larga duración de la guerra del Norte contra Suecia y al resto de conflictos militares la formación y abastecimiento de un ejército y marina modernos se convirtió en la mayor preocupación del régimen zarista. Uno de los primeros pasos en este sentido fue la disolución de la anticuada y poco fiable –debido a su rebelión en el 1698 a favor de su hermana Sofía- milicia de los Streltsi y la creación en su lugar de los regimientos Preobrazhenski y Semenovski que, a partir de este momento, se convirtieron en los cuerpos de élite del aparato represivo de la autocracia zarista. Siguiendo con este interés reformador del ejército ruso se fomentó la leva tanto de campesinos como de miembros de la nobleza para incorporarse a la armada que al final del reinado de Pedro contaba con 200000 hombres aproximadamente, otro de los puntos clave fue la creación de una poderosa flota en el Báltico que tras la puesta en marcha del plan del zar contaba con 48 navíos de línea, 800 galeras y alrededor de 28000 hombres. Estos regimientos eran abastecidos por los distintos departamentos gubernamentales donde se encontraban acuartelados.
Una de las grandes reformas llevadas a cabo por Pedro el Grande, y sin la cual no podrían haberse realizado las restantes, fue la reforma económica y financiera del Imperio ruso. En primer lugar Moscú vio disminuida su importancia a partir del traslado del Senado a San Petersburgo en 1715, momento a partir del cual esta ciudad pasó a ser la capital del Imperio hasta su traslado definitivo a Moscú por la Rusia soviética, además Pedro se encargó de fomentar la creación de fabricas mediante empréstitos directos y sobresueldos, envió a peritos rusos por toda Europa para aprender la técnica europea y estableció aranceles para proteger a la débil producción rusa de las manufacturas extranjeras, mejores y más baratas. En el campo se suprimió el impuesto de Corte y se estableció el denominado “impuesto por alma” que vino a constituir un nuevo concepto tributario al establecer  95 copecas como pago sin tener en cuenta la condición social ya que lo establecía en la misma proporción sobre las familias pobres que sobre aquellas que tenían una posición económica desahogada.

 
Tras las reformas de Pedro el Grande debemos destacar aquellas realizadas por Catalina II (1762-1796) que significaron la finalización de la obra iniciada por Pedro y la definitiva consolidación del estado ruso. La obra de la reforma fue realizada entre 1774 y 1787 y se inició con la publicación del “Estatuto para la administración gubernamental” de 1775.
Esta reforma administrativa se inició con un fomento de la descentralización para controlar mucho mejor el vasto territorio ruso por lo que se aumentó el número de gobiernos del que se componía el Imperio que paso de 20 a 51 al final del reinado de Catalina, además se transformó radicalmente el cuerpo administrativo local por medio de la división de poderes así el gobierno quedaba en manos del gobernador que manejaba todos los asuntos administrativos, era miembro del Senado y sólo estaba subordinado a la zarina; la tesorería, y todos los resortes de la organización tributaria, quedó en manos del vicegobernador; y el Consejo Supremo de Justicia, que se dividía en una sala de los Criminal y otra Civil, y que además como Corte de Apelación era la autoridad inspectora de los restantes Tribunales de Gobierno. A estas autoridades les correspondían el Juzgado provincial, para la administración y la policía, la Caja de distrito y el Tribunal de distrito para encargarse de la justicia local. Todas ellas se ubicaban en la ciudad de distrito que se hallaba dirigida por un gorodnicij (corregidor). Asimismo la nobleza quedó ligada a la administración local por medio de una albalá, promulgada en 1785, que establecía que la nobleza residente en un gobierno debía escoger, por medio de reuniones, al mariscal de los nobles y a todos los empleados electivos de gobierno de entre sus filas y que serían ratificados por el lugarteniente. Estas asambleas de la nobleza poseían el derecho de dirigirse al lugarteniente, al gobernador, al Senado e incluso al soberano, además la carta real de 1785 amplió los privilegios de la nobleza: liberación de servir, de pagar impuestos, de castigos corporales por delitos, del reclutamiento, los bienes de la nobleza, entre ellos los siervos, eran hereditarios, autorización para poder establecer negocios industriales y comerciales y derecho de ser juzgados por tribunales compuestos por iguales.
Por último los Colegios, cuya estructura se había quedado anticuada,  fueron suprimidos y únicamente se mantuvieron los de Asuntos exteriores, Marina y Guerra.
Como conclusión merece la pena destacar el análisis de León Trotsky respecto a las causas del nacimiento del estado moderno y burocratizado en Rusia: “Para sostenerse contra enemigos mejor armados, el Estado ruso se vio forzado a crearse una industria y una técnica, contratando a su servicio especialistas del arte militar, hacendistas, arbitristas y fabricantes de pólvora; procurándose manuales de fortificación, instituyendo escuelas navales, manufacturas y consejeros secretos e íntimos de la corte. Si fue posible hacer venir del extranjero instructores militares y consejeros secretos, no fue menos obligado extraer los medios materiales, al precio que fuese, del propio país. La historia de la economía política rusa, constituye una cadena ininterrumpida de esfuerzos heroicos en su género, destinados todos a garantizar los recursos indispensables de la organización militar. Todo el aparato gubernamental fue construido y, de vez en cuando, reconstruido en interés del tesoro. La función de los gobernantes consistía en apoderarse de las menores parcelas del trabajo nacional y utilizarlas para los fines en cuestión. En su búsqueda de los fondos indispensables, el gobierno no retrocedió ante nada. Imponía a los campesinos cargas fiscales arbitrarias y siempre excesivas, a las que la población no podía amoldarse. Estableció la responsabilidad solidaria del municipio. Mediante ruegos y amenazas, exhortaciones y violencias, extrajo el dinero a mercaderes y monasterios. Los campesinos huían en todas direcciones, los mercaderes emigraban: los censos del siglo XVIII dan testimonio de una reducción progresiva de la población. Sobre un presupuesto de un millón y medio, alrededor del 85% se consignaba al sostenimiento de las tropas. A comienzos del siglo XVIII, el zar Pedro, a consecuencia de los reveses que había sufrido, se vio obligado a reorganizar la infantería sobre una nueva planta y a crear una flota. En la segunda mitad del mismo siglo, el presupuesto se situaba ya entre los 16 y los 20 millones, de los cuales, entre el 60 y el 70% servían las necesidades del ejército y la flota”. Pág. 34-35


Bibliografía:

-         Anderson, P. (2007). El Estado absolutista. Madrid. Siglo XXI.

-         Hanisch, E. (1944). Historia de Rusia. Tomo I. Madrid. Espasa-Calpe.

-         Hellmann, M., Goehrke, C., Scheibert, P., Lorenz, R. (1975). Rusia. Volumen 31. Madrid. Siglo XXI.

-         Trotsky, L. (2005). 1905. Resultados y perspectivas. Madrid. Federico Engels.

Escuela Clásica

Escuela Clásica del pensamiento económico (David Ricardo y Thomas Malthus)

David Ricardo (1772-1823) fue un economista inglés que estuvo muy influido por las ideas de Adam Smith y que pasó a formar parte de lo que se conoció como Escuela económica clásica. Empezó a interesarse por la teoría económica a raíz de leer “La riqueza de las naciones”, por lo que sus ideas seguirán la línea de este libro. Partiendo de esta base, David Ricardo desarrolló su propio pensamiento y sus propias ideas, entre las que podríamos destacar algunas como la ventaja comparativa. Según el autor, la ventaja comparativa consistiría en que, frente al mercantilismo y la idea de que el propósito del comercio internacional fuera simplemente la acumulación de oro y plata, lo que habría que hacer sería la especialización industrial (unida al libre comercio) de los países, pues según él, esto produciría siempre resultados positivos para todos. Por tanto lo que los países deberían hacer sería especializarse en aquellas industrias en las que comparativamente fueran más eficaces que el resto.
Otra idea que desarrolló David Ricardo fue la teoría del valor. En uno de sus libros más famosos, “Principios de Economía Política y Tributación”, continuó desarrollando la idea de Adam Smith sobre la teoría del valor en la cual dice que el valor de cambio de las mercancías venía determinado por la cantidad de trabajo necesaria para su producción, incluyendo el trabajo requerido para producir las materias primas y la maquinaria utilizada en el proceso. Por tanto pensaban que el mecanismo para generar beneficio consistía en que al trabajador se le pagaba menos de lo que valía su trabajo. Sin embargo este análisis es erróneo ya que como demostró Marx más adelante, donde se origina el valor es en la existencia de la fuerza de trabajo como mercancía: el capitalista no compra el trabajo porque no le compra al trabajador su producto, lo que le compra es su fuerza de trabajo como si fuera una mercancía más.
Otra teoría importante dentro del pensamiento de David Ricardo sería la teoría de la renta (unida a la ley de los rendimientos decrecientes), en la cual se desarrolla la idea de que al aumentar la población y la demanda de alimentos, hay que ir cultivando tierras cada vez menos fértiles por necesidad. Este incremento de la utilización de tierras más pobres, según David Ricardo, beneficiaría principalmente a los propietarios.

Otro autor muy importante de la escuela clásica es Thomas Malthus (1766-1834). Malthus fue uno de los primeros economistas en observar el comportamiento del ahorro y la inversión de forma sistémica. Este autor se dio cuenta de que el exceso de ahorro iba en perjuicio de la demanda de bienes de consumo, ya que este dinero que se ahorraba dejaba de gastarse en la adquisición de dichos bienes y por tanto la economía sufría. A partir de entonces, el ahorro, tan recomendado por Adam Smith como una necesidad absoluta, empezó a ser polémico, pues si bien es cierto que es la fuente de donde surge la inversión, su excesivo fomento podía llegar a frenar la demanda de bienes de consumo y, en consecuencia, podría generar una depresión económica.  
Una de sus ideas más importantes fue la relacionada con la demografía. Según Malthus la población crecía a un ritmo más elevado que la producción de recursos necesarios para su supervivencia. De este modo, si no fuera gracias a las guerras, las pestes y otro tipo de catástrofes que actúan de reguladores, los humanos sufrirían un paulatino empobrecimiento que podría llevarles incluso a la desaparición como especie.

·         PERDICES DE BLAS, LUIS (2003): Historia del pensamiento económico, editorial Sintesis.

·         RICARDO, DAVID (2003): Principios de economía política y tributación, editorial Piramide. 

La reglamentación de la minería desde la Baja Edad Media

1.      Introducción
La minería ha jugado siempre un papel fundamental en la economía como suministrador de materias primas, solo hay que mirar a nuestro alrededor para concluir que casi todo lo que utilizamos tiene un primer origen en esta actividad extractiva: nuestras viviendas, el vidrio, infraestructuras de transporte, los plásticos, los neumáticos, los combustibles, los metales, las piedras ornamentales, las piedras industriales y un largo etcétera.
Hasta finales del siglo XIX e incluso principios del siglo XX la minería era la cumbre del  sector tecnológico, para facilitar su actividad se idearon gran cantidad de equipos, materiales y procesos que luego se aplicaron en otras actividades.
Desde la Baja Edad Media las explotaciones de europeas de plata, el oro es mucho más escaso en nuestro continente sobre todo si se consideran los métodos de extracción y de concentración que disponían en aquellos tiempos, permitieron monetizar la economía y con ello el desarrollo del comercio y el tránsito desde una sociedad global a un entorno cada vez más urbanizado.

2.      Situación en la Baja Edad Media
Después de la crisis económica habida al final del primer milenio, vino un período de bonanza que se extendió durante los siglos XI y XII derivado de la transformación de una economía rural, agropecuaria, de subsistencia, con trueques  y poca circulación de dinero, hacia una economía mercantilizada y urbana, basada en el comercio. Este cambio implicaba la monetización de la economía y para lo que era necesario disponer de cantidades suficientes de metales preciosos, Au y Ag para lo que era necesario de disponer de explotaciones de estos metales[1]. Por ello en esa época es cuando se recupera en Europa el ordenamiento minero romano.
Los pueblos germánicos carecían de regulación minera y el propietario del terreno lo era también de los productos que pudiera haber en el subsuelo[2]. Este criterio también era compartido por los visigodos que carecían de cualquier atisbo de regulación para esta actividad. Ya en el siglo IX los monarcas comienzan a mostrar su interés en asegurar su dominio y control sobre los metales nobles, para ello acudieron al diezmo minero extraído del Derecho Romano, de manera que el siglo XII ya estaba perfectamente desarrollado e institucionalizado “las regalías de las minas” que pertenecía al monarca, con ello se consolida la segregación de la propiedad del suelo, del inmueble, de la propiedad de los productos del subsuelo; solo el monarca, como titular de la regalía, puede conceder el derecho de explotación, es evidente que el propietario del terreno debe recibir alguna compensación por el uso de su propiedad, en la legislación actual si no hay acuerdo el terreno puede ser expropiado.
En el mundo romano las comunidades mineras no se regían por el régimen municipal ordinario, estaban reguladas por una jurisdicción especial, una lex metalis dicta, como por ejemplo la lex metalli Vispacensis[3], y bajo la supervisión de un procurator metallorum. Las comunidades mineras en la Baja Edad Media tuvieron un sistema parecido al igual que en Roma, tal y como se refleja Iglauer Bergrecht, primer código minero que se conserva y que fue la base del Ius Regale Montanorum y de las Ordenanzas de Kuttemberg[4] que se extendió por toda Europa y que incluso se aplicó en América.

3.      La legislación minera en Castilla
El principio de la regalía de minas que considera los minerales como bienes demaniales, lo que confería su propiedad a la Corona, se había extendido por Centroeuropa. Aquí  se adopta en 1128 en las Cortes de Nájera, Alfonso VII establece que las minas y salinas deben ser explotadas con autorización real. Más tarde, el tema volverá a ser tratado de manera recurrente, así en:
·         En las Partidas de Alfonso X, en concreto en la Partida 2ª título 25, ley 5ªdonde se indica que pertenecen al señorío real.
·         En 1348 el Ordenamiento de Alcalá va a regular con detalle esta cuestión en su título 32, leyes 47 y 48, “Derechos de los reyes en las minas de oro, plata, otros metales, aguas y pozos de sal”.
·         En las Cortes de Briviesca en 1387, Juan I crea la figura de las minas liberadas a cambio de una participación en las ganancias, con el objetivo del fomento de la minería.
No obstante, a pesar de mantenerse el principio de la regalía real no se dejaron de conceder privilegios a nobles, a autoridades eclesiásticas y órdenes militares que recibieron desde el siglo XIV[5] a lo largo de siglos las llamadas mercedes de minas en detrimento de los derechos reales, siendo ya en el siglo XV la forma de explotación más común.
En 1559 Felipe II, con la anuencia de las Cortes reunidas en Valladolid, publica la ley De incorporación de las minas de oro, plata y azogue a la Corona y Patrimonio Real; y modo de beneficiarlas que revocaba las mercedes existentes y reducía las condiciones para buscar y explotar metales al mero cumplimiento de una serie de requisitos con lo que se ampliaba de manera importante el número de posibles beneficiarios.
En 1563 la ley fue desarrollada por una pragmática, pero el gran cambio vino con la publicación de las Nuevas Ordenanzas  que se han de guardar en el descubrimiento, labor y beneficio de las minas de oro, plata y otros metales de 1584, desarrolladas para las nuevas explotaciones americanas,  la plata de México y Alto Perú, y el oro colombiano.

4.      La legislación minera en América
En agosto de 1584 entraron en vigor las Nuevas Ordenanzas  que se han de guardar en el descubrimiento, labor y beneficio de las minas de oro, plata y otros metales que derogaban toda la legislación  previa con excepción de la titularidad demanial del subsuelo, esta reglamentación  ha sido la base del ordenamiento minero hasta bien entrado el siglo XIX, incluso después de la pérdida de las colonias americanas. Las Nuevas Ordenanzas parecen basarse en el ordenamiento romano, pues su similitud con el régimen de La lex metalli Vispacensis es muy importante pues mantiene el principio de la regalía, el canon o impuesto, que variaba según la explotación, sobre la extracción que garantizaba el beneficio de la Corona; además, se prohibía la venta del mineral antes de ser marcado con el sello real, se penaban de forma muy dura los robos y fraudes y, curioso, se mantenía le procedimiento de la delatio. Abría la explotación minera a extranjeros, siendo los derechos de explotación trasmisibles, permutables, vendibles y heredables. Se estableció una jurisdicción especial que dirimía los asuntos relativos a la minería, con el fin de agilizar los procedimientos e impedir que las explotaciones no pudieran producir por problemas jurídicos. También se mantenía el control de la corona sobre las minas de azogue, dada su importancia en la metalurgia del oro y la plata.

5.      La minería en América
La colonización española, además de la faceta evangelizadora, tuvo una clara vertiente económica, había que recuperar los costes de la conquista y obtener un beneficio y es claro que en un principio los objetivos,  en estas situaciones son siempre cortoplacistas, por ello los tesoros y la búsqueda de metales preciosos fueron prioritarios frente a otras actividades como la agricultura, de todas formas el descubrimiento de los grandes yacimientos de plata en México, de las primeras minas de Taxco fue accionista Hernán Cortés, , Zacatecas y San Luis de Potosí, y del Alto Perú, el cerro Rico de Potosí,  y el oro colombiano del valle del Cauca, convirtió sin lugar a dudas en la principal actividad económica americana[6], en el siglo XVI suponían el 85% de las exportaciones, quedando muy lejos los tintes, los cueros  y la agricultura. En este proceso se diferencian tres fases:
·         La primera fase corresponde a los tesoros, es decir el beneficio de los metales preciosos ya acumulados en el pasado, como es lógico fue muy breve.
·         La segunda fase corresponde a la explotación de los placeres aluviales, eran los yacimientos de más fácil beneficio, el oro y la plata estaban ya liberados y solo era necesario su separación de la ganga por métodos gravimétricos, como por ejemplo un simple bateo. Este período se cierra entre 1540 y 1550.
·         La tercera fase ya pasa al período realmente minero, que implica un auténtico laboreo con arranque y extracción del mineral y posterior tratamiento mineralúrgico. En un primer momento, se utilizaron técnicas rudimentarias, pero después se desarrollaron grandes complejos mineros que exigieron la realización de grandes obras hidráulicas, como las del Cerro Rico, para poder moler al tamaño necesario para liberar la mena, poder realizar su tratamiento mineralúrgico y metalúrgico.
Según Hamilton[7] las llegada de metales preciosos a Sevilla ascendieron a 180 t de oro y cerca de 17.000 t de plata en 150 años, estas son cifras oficiales que deben incrementarse si se considera el fraude y el contrabando y a las que habría que añadir el metal que se quedaba en América para el mantenimiento de las colonias.
El grado de recuperación de la plata mejoró de manera notable con la aplicación de la técnica de amalgamación. Inicialmente fue aplicada en Nueva España y más tarde, unos 10 años en Perú. El mercurio se traía en un principio de Almadén, servía como lastre de los galeones; en 1563 se descubrió Huancavelica que fue capaz de aprovisionar el área del Alto Perú. El lado negativo de esta mejora de las minas las americanas fue el cierre de las explotaciones españolas que no podían competir con ellas. La mayor ley de los yacimientos americanos, el bajo coste de la mano de obra, la aplicación de las últimas técnicas mineralúrgicas, compensaban de sobra el coste de transporte a la metrópoli y cualquier desventaja técnica en el laboreo.
La plata una vez fundida y transformada en lingotes, proceso que tenía lugar en la Casa de Afinación, donde se contabilizaba las partidas suministradas por cada explotación, luego eran enviadas a la Real Caja donde se sellaban y se separaba el Quinto Real.
Y por último señalar, que otro aspecto importante fue el de la mano de obra, pues una vez agotados los yacimientos aluviales, la explotación de yacimientos filonianos  requería una gran cantidad de mano de obra, ya que al no disponerse de explosivos ni herramientas de perforación, tanto el trazado de galerías como el arranque de mineral eran labores muy penosas, y al ser la sección de las galerías muy reducida no permitía el empleo de semovientes, por lo que acarreo debía realizarse de forma manual. La mita proporcionó, en el Alto Perú,  o de encomienda, en México, un número considerable de trabajadores aunque su rendimiento  no fue demasiado bueno, el núcleo principal de la mano de obra lo constituyeron los indios libres, pues el intento de uso de esclavos negros fracasó por su inadaptación al clima y a la altitud


[1] Pirenne, H Historia social y económica de la Edad Media
[2] Planitz, H Principios de derecho privado germánico
[3] Domergue, C La mine antique d’Aljustrel (Portugal) et les tables de bronze de Vipasca
[4] Gothein, G Wirtschaftsgeschichte des Schwarzwalden
[5] Sánchez, J De minería, metalúrgica y comercio de metales
[6] Anes, R Economía colonial, metales preciosos y formulación de la teoría cuantitativa del dinero
[7] Hamilton, J American treasure and the price of revolution in Spain 1501-1650

Crisis general del siglo XVII e interpretaciones

En el siglo XX la historiografía consideró que el concepto de crisis general era el más adecuado para definir este periodo, ya que se trata de una época llena de dificultades no sólo en el plano económico, sino también en las relaciones sociales, el mundo político y en la esfera religiosa y de pensamiento. Esto hace que el siglo XVII quede ensombrecido, que contrasta con la brillantez de las dos centurias en las que queda enmarcado.

La revolución de los precios había culminado a finales del XVI, llegando a un estancamiento que afectó primero a los países mediterráneos y posteriormente a los del noroeste de Europa, dando lugar a un descenso de los precios en todo el continente en la segunda mitad del siglo. A esto hay que añadir que la llegada de metales preciosos procedentes de América había descendido considerablemente desde que en la última década del siglo XVI se llegara a la culminación de su proceso ascendente. Con ello, Europa se había quedado privada de uno de los elementos básicos para el buen funcionamiento de su sistema económico. El crecimiento demográfico comenzó a ralentizarse e incluso a caer, la producción agrícola descendía y la actividad industrial se enfrentaba a numerosos problemas. La crisis comercial y financiera de entre 1619 y 1622 es considerada por algunos autores como la fecha de inicio de la crisis de la centuria.

Hay una gran polémica en cuanto a las causas de la crisis y en torno a ello se ha generado un debate historiográfico muy polarizado entre los defensores de que la crisis tenía un origen fundamentalmente económico y los que alegaban problemas políticos como el principal motivo.

Un artículo de Hobsbawm de 1954 donde defendía que el detonante de la crisis del siglo XVII fue la "última fase" de la transición entre el feudalismo y el capitalismo es considerado como el detonante del debate. Consideraba que la crisis no era coyuntural sino estructural. Sostuvo que fueron las barreras del sistema feudal las que impidieron el crecimiento del mercado y el desarrollo del capitalismo, sin embargo la crisis había permitido desbloquear estas barreras para el desarrollo capitalista, creando las condiciones que hicieron posibles la revolución industrial. Sin embargo fue un cambio socio-político lo que permitió, al menos en Inglaterra (revolución de 1640), el desarrollo del capitalismo. A raíz de esto, H. Trevor Roper alegó que las revoluciones constituían la principal manifestación de la crisis de la centuria, por lo que más que naturaleza económica, eran de índole sociopolítica. I. Wallerstein por el contrario mantuvo que las dificultades no habían provocado ningún cambio estructural, y que la crisis ya se había experimentado a finales de la Baja Edad Media, dando lugar a la aparición de la "economía mundo" capitalista. R. Brenner considera que la crisis del XVII tuvo un carácter feudal por la incapacidad de mantener unas relaciones de producción y de extracción de excedentes que mejorasen la productividad.

En cualquier caso, los problemas económicos no se desvinculan completamente del marco político y esto se intensifica en las tesis mantenidas por D. Parker que afirma que la crisis se derivó de las contradicciones del sistema feudal (bajo nivel de productividad y demanda).

Poco a poco se han ido matizando las interpretaciones de la crisis y ya no se incide tanto en la condiciones económicas. Para el estudio de esta crisis se destaca el empeoramiento de las condiciones climáticas a nivel planetario, que dieron lugar a la llamada "pequeña edad de hielo", perjudicando el desarrollo de las cosechas y provocando periodos largos de carestías.




FLORISTÁN, A. Historia Moderna Universal, Ariel Historia, Barcelona, 2002.

Dinero, Letras de cambio, Endosos y Bancos. Comentario a un capítulo de John Day en The Medieval Market Economy

Dinero, Letras de cambio, Endosos y Bancos 

Day, John, “Money and Credit in Medieval and Renaissance Italy”, en su obra The Medieval Market EconomyOxford, Blackwell, 1987, pp. 141-161.


Conocí esta obra hace unas semanas gracias a una de las prácticas de la asignatura “Sociedades medievales: organización y recursos” que imparte el profesor Fernando Rodamilans. Me pareció que el capítulo del que haré un breve resumen y comentario puede tener cierto interés para nuestra asignatura, pues se refiere a un tema fundamental de la economía de lo que John Day denomina el “capitalismo mercantil” y es que el desarrollo de los bancos y el crédito estuvo irreversiblemente ligado, salvo en contadas excepciones, a la circulación de metales preciosos.

La tesis con la que Day inicia este capítulo es clara. Nada sustituyó ni pudo haber sustituido al dinero durante la Edad Moderna. Ni letras de cambio, ni depósitos bancarios fueron para el autor sustitutos del dinero metal, sino simplemente formas de pago complementarias sólo posibles en economías altamente monetizadas. Para hacer esta afirmación, John Day recurre a las estimaciones hechas por Higgs, que calculaban en más de un 90% el porcentaje de todo el dinero en circulación en la Inglaterra de mediados del siglo XVIII. [1]
Después de analizar el proceso por el que, en la Baja Edad Media, el autor sitúa en torno a las ferias medievales el nacimiento del capitalismo y de un mercado basado en el intercambio internacional y el crédito extranjero,[2] se explica el precio del crédito, dependiente de la cantidad de dinero existente. En este punto y para justificar la proliferación de las letras de cambio, Day se alinea a aquellos historiadores que dan mayor peso a las necesidades del comercio transnacional que a los escrúpulos de quienes oían los sermones de religiosos que los criticaban.[3] Más relevante fue la transformación de la letra de cambio en endoso, que dominó el mercado europeo entre los siglos XVI y XVIII, “un instrumento negociable y dotado por primera vez de una función puramente monetaria”.[4]
Citando a Raymond de Roover, Day alude a que gracias al endoso, los mercaderes consiguieron convertir sus letras de cambio en dinero[5]. No obstante, vemos que esta práctica no fue igualmente considerada en toda Europa. En Inglaterra llegaron a ser calificadas de “invento italiano para robar al reino sus metales preciosos”.[6] En la mayor parte del continente desconfiaban de este método e, incluso fue declarado ilegal en algunas ciudades italianas como Nápoles y Venecia. Se pretendía paralizar o limitar el crédito para promover los pagos bancarios y en efectivo, considerados más seguros.
Fijándose en los mercaderes italianos, Day señala como el siglo XVI supuso un punto de inflexión en su influencia en el norte de Europa, donde dejaron el papel protagonista a los banqueros alemanes, como los Fugger en Augsburgo[7]. También hace énfasis, siguiendo a Fernand Braudel, en los cambios que el flujo estable de plata americana permitió en la economía del viejo continente[8]. La reducción de plata importada desde Nueva España entre 1580 y 1620 marcaría, según el autor, el fin del “boom” económico del siglo XVI.
En el siguiente apartado del capítulo que comentamos, John Day se refiere a los depósitos bancarios.[9] Es interesante ver cómo apunta a que la creación de crédito por parte estos fue vista por la población como un abuso de confianza por parte de las instituciones bancarias, una desconfianza hacia las instituciones bancarias que parece haber resurgido en la actualidad. Aprendemos cómo el célebre Banco de Ámsterdam, fundado en 1609, no prestó dinero procedente de sus depósitos hasta bien entrado el siglo XVIII, algo que ya destacó el escocés Adam Smith.[10]
Las reservas de los bancos modernos eran pequeñas según Day, para quien los bancos públicos nacieron siempre en momentos de crisis y en los que las autoridades civiles veían una garantía de estabilidad y confianza.[11] Es en torno a este problema donde Day expone la parte más compleja pero más interesante del capítulo. En su defensa del ciclo que une devaluación de la moneda, inflación, deuda, aprobación de nuevos impuestos y empobrecimiento de la población, Day apunta a los desastres económicos surgidos como causa de la hiperinflación no combatida por los bancos, cuya parte de culpa sería la monetización de su deuda flotante, razón por la que los Estados tratarían de limitar el movimiento de los depósitos bancarios en momentos en los que escasease la moneda.[12] En resumen, cuando el banco tiene menos reservas y más porcentaje de sus depósitos está en circulación, más inestabilidad hay en la economía.
Otra idea que sugiere Day y que tiene continuidad en la Edad Contemporánea es la del origen de las multinacionales, los bancos privados y los bancos centrales. En cuanto a las primeras, ve su origen en las compañías comerciales que, en época moderna, eran consideradas también entidades bancarias. Con respecto a los bancos privados, John Day ve en la actividad de préstamo a corto plazo de los bancos de depósitos su origen. En su faceta de garantes de estabilidad para el Estado, también serían la simiente de los bancos estatales o centrales.[13]
Como conclusión, podemos ver cómo los modelos de la economía de lo que los sajones denominan "Alta Edad Moderna" tuvieron y aún tienen gran influencia en la economía actual. También vemos que algo queda en las relaciones de los poderes económicos y las autoridades civiles o de las actitudes de la población y su visión de instituciones como los bancos. Creo que, tanto de la historia económica como de otras muchas disciplinas, podemos sacar conclusiones valiosas y aprender que el estudio del pasado no ha de ser algo únicamente erudito sino útil para el conjunto de la sociedad.





[1] Cantillon, R., Cantillon’s Essais sur la nature du comerse en genéral, 1755, Londres, 1931, p. 306. Citado en Day, J., The Medieval Market Economy, Oxford, 1987, p. 142.
[2] Day, J., op. cit., pp. 142-149.
[3] Ibídem, p. 144.
[4] Ibídem, p. 145.
[5] De Roover, R., L’évolution de la lettre de change, París, 1953, p. 102. Citado en Day, J., op. cit., pp. 146.
[6] Munro, J. H., The Dawn of Modern Banking, New Haven, 1979, p. 169. Citado en Day, J., op. cit., p. 147.
[7] Day, J., op. cit., pp. 147-149.
[8] Braudel, F., Civilisation matérielle, II, París, 1979, p. 468.
[9] Day, J., op. cit., págs. 150-154.
[10] Ibídem, p. 150. John Day cita la referencia de Adam Smith en su obra The Wealth of Nations.
[11] Ibídem, p. 151.
[12] Ibídem, pp. 152-153.
[13] Ibídem, p. 154.

La economía dirigida durante la República Jacobina (1793-1794)


El asalto al palacio de las Tullerías protagonizado por las masas parisinas el 10 de agosto de 1792 supuso el fin de la Monarquía de Luis XVI -muy desacreditada como consecuencia de la huida a Varennes y de sus relaciones con el resto de potencias monárquicas en aras de formar una coalición contrarrevolucionaria que invadiese Francia y volviese a colocarle en el trono como monarca absoluto, esto propicio el inicio de una guerra entre la Francia Revolucionaria y las potencias aristocráticas, Prusia y Austria - y el establecimiento del gobierno de la Convención formado por diputados de la Gironda –formada en su mayoría por intelectuales y juristas pertenecientes a la burguesía media, que encarnaba la lucha contra el Antiguo Régimen económico y social y abogaba por la creación de una sociedad de pequeños y medios productores, sin trabas a la circulación y a la libre empresa pero manteniendo la intervención estatal para la consecución de la “armonía social” por medio de una fiscalidad progresiva, proteccionismo aduanero en determinados campos… Eran conocidos con el nombre de girondinos- y la Montaña- cuyos miembros eran conocidos con el nombre de jacobinos y que abogaban por la construcción de una República igualitaria de propietarios libres, este grupo contó con el apoyo de los sans-culottes-.
Tras la insurrección, el 11 de agosto, fue decretado el sufragio universal masculino. A esto hay que añadir la proclamación de la República el 21 de septiembre y la decapitación del monarca el 21 de enero de 1793 lo que marco el inicio de la etapa más radical de la Revolución Francesa. Esta radicalización, encarnada en primera instancia en la ejecución del monarca y la ocupación de Bélgica por el Ejército Revolucionario, propicio la creación de la Primera Coalición entre marzo-septiembre de 1793 que aglutino a toda Europa contra la Revolución –Austria y Prusia que ya se encontraban en guerra, a las que se unieron Inglaterra, Holanda, el Papado, el reino de Piamonte-Cerdeña, España y los estados alemanes-.
En este clima de guerra la Francia de la insurrección popular del 10 de agosto se otorgo un Gobierno Revolucionario cuyo principal órgano era la Convención Nacional que aglutinaba el poder legislativo, y en la práctica también el ejecutivo ya que controlaba al Consejo Ejecutivo, y cuyos miembros eran elegidos por medio de sufragio universal masculino tal y como aparecía recogido en la Constitución de 1793 que, sin embargo, decidió no aplicarse debido a la peligrosa situación que atravesaba la República. Se creó un Comité de Salvación Pública –entre cuyos miembros podemos destacar a Barère, Robespierre, Saint-Just, Couthon, Carnot o Collot d’Herbois- compuesto por doce miembros elegidos directamente por la Convención y cuya misión era el control de los ejércitos, el nombramiento de los representantes en los departamentos y controlar al Consejo Ejecutivo, así como un Comité de Seguridad General encargado de combatir la contrarrevolución y que tenía a su cargo al Tribunal Revolucionario. Esta centralización de la administración vino acompañada por una mayor centralización económica, necesaria en tiempo de guerra, y la organización de un sistema represivo, conocido bajo el nombre de el “Terror”, que ha sido exagerado, en relación al número de víctimas que causó, por determinadas “corrientes historiográficas” que han obviado, cuando no manipulado directamente, las fuentes y las cifras para desprestigiar la primera revolución triunfante de las clases populares asimismo estos “historiadores”  no suelen incidir en el hecho de que fueron los propios sans-culottes quienes exigieron su establecimiento para combatir a todos los enemigos de la Revolución y que se hizo necesario tanto por la gravedad y peligrosidad de la contrarrevolución  interna –véase el ejemplo de la Vendée o las conspiraciones tramadas por miembros de la aristocracia- como para acabar con todos aquellos que, aprovechando las dificultades financieras de la República y de la población, se dedicaban a acaparar mercancías para posteriormente sacarlas al mercado a precios elevadísimos.



Los sans-culottes dando buena cuenta de los elementos aristocráticos y contrarrevolucionarios del país
 
 
En esta coyuntura de guerra exterior e interior la República consiguió realizar una serie de medidas económicas –lo que se conoce con el nombre de economía dirigida- que, junto con el ardor revolucionario y el valor de las masas, consiguieron paliar la situación dejando asombrado al mundo al poder resistir la embestida de las potencias de toda Europa. La mayoría de las medidas económicas tomadas fueron realizadas por medio de la  “Comisión de medios de subsistencia”, creada el 1 de brumario (22 de octubre) de 1793,  integrada por tres miembros que disponían de más de 500 empleados bajo sus órdenes y que se encargaban de dirigir el comercio exterior, las requisiciones, el establecimiento de precios y tarifas y el abastecimiento del ejército y la capital, a estas tareas se sumaban otras secundarias como mejora de las técnicas agrícolas y ganaderas y de la explotación de minas y bosques. En los asuntos comerciales se le asigno un consejo consultivo integrado por Moutte, banquero, Lesguillier, almacenista parisino que había sido presidente del Tribunal de Comercio y Vilmorin, comerciante de granos.
Obligada a ser autosuficiente debido a la guerra y como sociedad agrícola que era Francia, uno de los campos en donde centró su actividad la Comisión fue la agricultura ya que gran parte de los revolucionarios se hallaban influidos por las teorías fisiócratas y por ende consideraban que la tierra era la propiedad más segura de que disponía la nación. Es por esto que fueron realizadas numerosas iniciativas para aumentar la productividad agrícola como la desecación de marismas, la siembra de los parques y jardines de recreo de Paris, como ocurrió con el de Luxemburgo y el de la Liste Civil, y se instó a los cultivadores de viñedos a reducir la extensión de sus viñas para poder dedicar el terreno a la producción cerealística, asimismo con la intención de conseguir un reparto más equitativo de la producción se realizaron numerosos censos que recogían la producción del campo, la industria y la ganadería, esto permitió calificar a los departamentos en dos grupos, excedentarias y deficitarias y mediante la requisición de la producción sobrante de las regiones excedentarias eran abastecidas las regiones deficitarias, el ejército y la capital, sin embargo esto no fue suficiente debido a la acción de los acaparadores y a la indulgencia mostrada por el gobierno, por lo que se tuvieron que establecer medidas extremas como la prohibición de la pastelería, la creación de panaderías municipales, el control de los almacenes privados y el establecimiento de cartillas de racionamiento.
En el ámbito comercial, muy reducido debido al bloqueo marítimo impuesto por Inglaterra, la Comisión se encargó de la dirección de la flota mercante y de la compraventa de productos. Se produjo la nacionalización de las importaciones y exportaciones así como la revocación del Acta de Navegación, que sólo permitía los intercambios comerciales con buques con pabellón francés, y los puertos fueron abiertos a todos los navíos neutrales y las importaciones fueron pagadas con todos los productos innecesarios que poseía Francia: vinos y aguardientes, sedas, encajes, objetos de plata, piedras preciosas, muebles de los aristócratas emigrados… Asimismo se fomentó la acción de la flota corsaria para atrapar buques mercantes enemigos.
Pero sin duda alguna la medida económica más importante llevada a cabo por la Revolución fue la Ley del Máximo promulgada en los decretos del 11, que establecía un máximo para el precio del grano, y del 29 de septiembre, que establecía un máximo al precio de todos los productos de primera necesidad y de los salarios, disponemos de una excelente descripción realizada por Robespierre uno de sus más firmes defensores: “El segundo medio: es aliviar la miseria pública. Los motines solo pueden ser temibles cuando los enemigos de la libertad pueden hacer hablar de carestía y de miseria a las orejas de un pueblo hambriento y desesperado. Hay que arrancarles esta arma peligrosa y la tranquilidad pública estará más asegurada dado que el pueblo francés, que los ciudadanos de Paris sobre todo han mostrado hasta aquí una paciencia igual a su coraje. Y que para consolarlo es suficiente parecer ocuparse seriamente de su felicidad y de sus necesidades. Hagamos leyes benefactoras que tiendan a acercar el precio de los alimentos al de la industria del pobre. Ordenemos los trabajos que contribuyen a la gloria y a la prosperidad del estado. Extirpemos sobre todo el agiotaje. Sequemos las grandes fuentes del acaparamiento, paremos los bandidajes de las sanguijuelas públicas, y pongamos orden en nuestras finanzas restableciendo el crédito de nuestros asignados, y castigando severamente a todos los prevaricadores y a todos los bribones públicos. Hay operaciones particulares que tienden directamente a aliviar la miseria pública, pero en general, la bondad de nuestras leyes, el sistema de nuestra conducta administrativa y revolucionaria deben concurrir a este objetivo. Realicemos los principios que hemos proclamado, y que están en nuestros corazones. Lo que hemos dicho muchas veces, hagámoslo. Y que la nación recoja pronto el fruto del patriotismo que anima a sus representantes”. Pág. 188
Esta Ley establecía que los precios de producción de 1790 serían aumentados en un tercio, a lo que habría que añadir el precio del embalaje y la reserva de un 5 por ciento para el mayorista y un 10 por ciento para el detallista, asimismo estaba prevista una indemnización gradual para cubrir los gastos en el transporte. Fue llevada a cabo por la Comisión quien contó con doce comisarios que se dividían en cuatro secciones: Alimentación, textiles, productos químicos-droguería y metales-combustibles. El cumplimiento de estas medidas se dejo a cargo de los Ejércitos Revolucionarios que sumaban un total de 30000 hombres –principalmente sans-culottes- divididos en 56 ejércitos que actuaban como una policía económica llevando la revolución y las órdenes del gobierno allá donde iban.
Para finalizar merece la pena recalcar una frase de Saint –Just, uno de los principales promotores de la República jacobina, tan denostada a menudo por parte de ciertos historiadores que vieron con pavor las profundas transformaciones sociales que se llevaron a cabo en este breve período: “Cuando los hombres sean libres serán iguales, cuando sean iguales serán justos”. Pág. 380


Bibliografía:

-         Bouloiseau, M. (1980). La República jacobina. Barcelona. Ariel.
-      Castells, I. (1997). La Revolución Francesa (1789-1799). Madrid. Síntesis.
-      Robespierre, M. (2005). Por la felicidad y por la libertad. Discursos. Madrid. El viejo  topo.
-      Saint- Just (2004). Ouvres Complètes. París. Éditions Gallimard.

sábado, 29 de noviembre de 2014

The Decline of Spain: A Historical Myth? Comentario del grupo 2

Hoy vamos a comentar el artículo de J.I. Israel, publicado en la revista Past and Present, de nombre The Decline of Spain: A Historical Myth?. Este artículo en su segunda parte, se centra en la exposición de la situación del sector textil europeo a partir de la década de 1560. A partir de dicho momento el autor nos informa sobre la caída de las exportaciones de textiles flamencos, las cuales se mantienen en niveles bajos hasta 1600. Mientras tanto las industrias textiles holandesas se ven favorecidas por el declive de los flamencos, pues muchos de estos artesanos textiles de Flandes, emigran hacia Holanda. Totalmente distinta de la situación holandesa, es la francesa, cuyos principales centros, Amiens y Rouen, se ven afectados por los enfrentamientos enmarcados en las guerras de religión, que hacen que los centros de producción se descentren y que no se recuperen hasta la década de 1590. Por otro lado nos encontramos la situación de Inglaterra, que no está acostumbrada a exportar textiles hacia las regiones del sur, pues no produce paños para ello.

Si analizamos la situación de la industria textil en España, vemos que en los centros textiles, antes de la década de 1590, se produce cierta presión sobre su producción, pero a partir de 1595, se producirá una rápida caída de la producción, sobre todo en Toledo, entre otros. Esta caída en los centros españoles, en los últimos años del siglo XVI, tiene su explicación en que las dos primeras décadas del siguiente siglo son de una rápida extensión de la producción textil en Flandes, Holanda o Francia, mientras que las fábricas de nuevos paños, situadas en el Mediterráneo, fueron sustituidas por la producción inglesa de new draperies, que fueron enormemente importadas por España, provocando un efecto negativo sobre sus centros de producción.

Otro de los argumentos, que se han establecido para hablar del declive de España, es el cese del comercio entre nuestro país y las Provincias Unidas, entre 1607-1621. En este último año se levanta el bloqueo holandés a los flamencos, estos empiezan a exportar junto con los holandeses a España. Esto provoca, que caigan las industrias situadas en el interior de la península entre 1595 y 1621, aunque si es cierto que algunos vestigios de vitalidad se mantuvieron. 

Vamos a observar que en España, los artículos de lujo procedentes de dichos centros europeos ya son apreciados, no tanto como lo serán después, pero ya se ven las primeras reacciones en algunas de las ciudades españolas, como Toledo, Segovia, Granada o Murcia, que instan a la restricción del comercio con dichos centros europeos o el aumento de los impuestos comerciales. Esto va a ser contestado por los grandes centros comerciales peninsulares de Sevilla o Madrid, a los que dichas medidas sólo perjudicarían. La respuesta del gobierno de Felipe III será la intervención en la economía con políticas de carácter proteccionista. En este contexto florece la aparición de los arbitristas, entre los que destacan las quejas de Sancho de Moncada, que pedía la protección para la industria española, poniendo freno a la exportación de lana hispánica. A esto respondieron los ministros de Felipe III, constriñendo la actividad comercial en el país y con Felipe IV, continúan dichas medidas y la situación, además, se ve agravada por la Guerra de los Treinta Años.

La crisis final de España, vino tras la firma del Tratado de Munster (1648), que pone fin a los embargos de franceses y holandeses, que permitieron el aumento de la exportación de textil de dichos centros a España, lo que tiene consecuencias negativas en Toledo y Segovia. Esto se termina de complicar con la paz franco-española de los Pirineos (1659), que pone fin a todos los boicots por parte de España a la entrada de productos extranjeros. Podemos concluir diciendo que a partir de 1661, se inicia una nueva era para España. Un país que se va a convertir en un mercado dominado por el capital y los productos extranjeros.

Para finalizar, Israel, plantea una serie de objeciones al artículo de Kamen, del mismo nombre del que estamos analizando. La primera se encuentra relacionada con la demografía. Israel expone que no incide tanto la despoblación que se produce en España en estos momentos, pues es debida a epidemias, expulsiones o migraciones; sino que se centra en que para él, lo importante es el trasvase que se produce de campesinos y artesanos a las ciudades y su ociosidad en dichas urbes, lo que sería la causa de la total ruina de la economía española. Otra de las objeciones de Israel a Kamen, es el hecho de que para el primero, a los arbitristas se les escapaban los fenómenos de la política exterior, pues estos estaban fuera de su alcance y no los llegaron a relacionar con la economía.

Una de las críticas más interesantes a Kamen, sería la que nos habla de la confusión a la hora de identificar injustificadamente a España con Castilla. Debemos tener en cuenta otras regiones como Aragón, que tienen dinámicas distintas; aunque a su favor, se debe decir que Castilla, al llevar la mayor parte de la presión, impositiva y militar, se puede ver identificada como centro de España, y por tanto, llegar a la conclusión de que los problemas de España son los mismos que los de Castilla.

Por último, sólo queda decir la cuestión de la diferente cronología presentada por los diferentes historiadores. Es verdad que ya los arbitristas apuntan que el declive de España se situaría en los primeros años del siglo XVII, lo que concuerda con teorías de estudiosos modernos como Hamilton, que coloca el declive a partir de 1598. Algunos lo sitúan en tiempos anteriores, haciéndolo coincidir con el colapso de Burgos o Medina del Campo en 1570, pero según el autor, ese es un fenómeno demasiado local.

El autor concluirá haciendo hincapié en la idea de la imprecisión sobre la cronología del declive español, diciendo que unos lo sitúan en los primeros años del reinado de Felipe III, completándose el proceso, en las décadas de mediados del siglo XVII.

BIBLIOGRAFIA:

-Kamen, H. "The Decline of Spain: A Historical Myth?, Past and Present, Nº81, pp. 24-50.

-Gónzalez Enciso, A., Matías Barco, J.M. Historia económica de España, Barcelona, Ariel, 2013.