LA REAL COMPAÑÍA GUIPUZCOANA DE CARACAS
La Real Compañía Guipuzcoana de
Caracas se crea por Real Cédula el 25 de septiembre de 1728. Las reformas
llevadas a cabo hasta el momento por parte de la Monarquía siguieron manteniendo
el monopolio de puerto único, lo que hacía prácticamente imposible la creación
de compañías desde otros puertos de la metrópoli para el comercio con algún
territorio colonial. Sin embargo, la Corona aceptó el proyecto presentado por
la provincia de Guipúzcoa, por medio de su secretario foral, Felipe de Aguirre,
para comerciar con la provincia de Caracas, mediante la creación de una
compañía por acciones apoyada por el Consulado donostiarra. La Real Cédula no
concedía el monopolio del comercio; es más, Felipe V se reservaba la opción de
enviar cuantos navíos de registro deseara. No obstante, esta cláusula se daría
de baja en 1742, por lo que la Compañía se hacía entonces con el monopolio del
tráfico comercial con Venezuela.
El interés de los prohombres
guipuzcoanos por la provincia venezolana radicaba en las descripciones
realizadas por Olavarriaga en su Instrucción
General y Particular del Nuevo Reino de Granada, en donde se destacaba la
gran fertilidad de las tierras caraqueñas y las opciones de comercio si se
incrementaba las comunicaciones con la metrópoli, que hasta el momento se
limitaban a un navío de registro y a otro proveniente de Canarias. Este vacío
comercial había sido aprovechado por los extranjeros.
La Real Compañía estaba formada
por cinco directores que se encargaron de poner en marcha todo el engranaje
empresarial y la búsqueda de los inversores. Las acciones de la Compañía fueron
suscritas por los propios directores, por la Universidad de Oñate, por el
Consulado de San Sebastián, por la propia ciudad donostiarra, por personajes
ilustres y comerciantes guipuzcoanos, por la Provincia de Guipúzcoa y por el
Rey (no aportaba capital, sino que sus derechos se pagarían con lo que la nueva
empresa debía pagar a la Real Hacienda por sus tareas comerciales, llegando
hasta a un séptimo de las acciones totales).
En el verano de 1730 partieron
del puerto de Pasajes los tres primeros barcos de la Real Compañía. Este primer
convoy desembarca en La Guaria con un cargamento en el que se transportaba
hierro, acero, canela, pimienta, aguardiente, harina, medicamentos, aceitunas,
lienzos, jamones, papel y libros. Pocos meses más tarde salieron nuevos navíos
con nuevas mercancías camino de la provincia de Caracas. Todos estos envíos
reportaban sustanciosos derechos que debían ser pagados a la Real Hacienda,
parte de los cuales también eran empleados para satisfacer deudas pendientes
del Tesoro de la Monarquía.
Entre las operaciones iniciadas
por la Corona y sufragadas por la Real Compañía hay que destacar la creación de
la Compañía de Ballenas de San Sebastián en 1732, con el objetivo de evitar que
los marineros guipuzcoanos se enrolaran en navíos extranjeros por falta de barcos
nacionales y, de paso, pagar las deudas contraídas por la Corona por el apoyo
de los balleneros vascos en la expedición a Sicilia en 1718. Por otro lado, en
1735 se concedió a la Real Compañía Guipuzcoana de Caracas el asiento de armas
de las Reales Fábricas de Guipúzcoa, convirtiéndose la Compañía en la receptora
e intermediaria de las armas, situándolas posteriormente en los lugares
designados por la Hacienda Real, siendo esta una operación poco rentable para
la empresa. Los servicios prestados por la Real Compañía a la Monarquía fueron
constantes a lo largo de su existencia, llegándose incluso a encargar del
traslado de tropas y víveres al otro lado del Atlántico con motivo de la guerra
contra Inglaterra en 1739.
Respecto al comercio con
Venezuela, la Real Compañía se aseguró el comercio en exclusiva con este
territorio de las Indias y consiguió aumentar y regularizar las importaciones
de cacao y tabaco a la península. Así mismo, logró reducir el contrabando que
se realizaba hasta entonces en la zona, al perseguir a los comerciantes
extranjeros que lo ejercíeran, y encabezó empresas de exploración en la región
del Orinoco. También consiguió romper el monopolio del puerto único, al
permitírsele en 1742 viajar directamente desde la provincia de Caracas hasta
San Sebastián, sin pasar por Cádiz (tan sólo debía suministrar en este puerto
el cacao para la mitad sur de la península). Para que la empresa viera
facilitado su trabajo, los gobernadores de Caracas eran también los Jueces
Conservadores de la Compañía, encargándose de las presas, embargos de
contrabando y operaciones de la sociedad.
Sin embargo, la Real Compañía no
fue bien recibida en determinados sectores de Venezuela (como el Cabildo), al
considerar que perjudicaba los intereses de los hacendados y pequeños
propietarios al adjudicarse el monopolio de todo el comercio sin muchas veces
poder satisfacer las demandas de la propia región americana. Como consecuencia
de esto se produjeron una serie de protestas y conspiraciones como la del zambo
Andresote (1730-1733), el Motín de San Felipe (1741) o el movimiento de Juan
Francisco de León (1749), siendo este último alzamiento el que mayores
consecuencias tuvo al lograr un ajuste del libre monopolio que ejercía la
Compañía, siendo admitidas parte de las demandas de los caraqueños.
En 1751 se decide que la sede
administrativa de la Real Compañía se trasladara a Madrid, abandonando San
Sebastián, lugar donde había nacido. A partir de este momento se le concede
nuevos asientos, como la explotación de los bosques navarros para la obtención
de madera para los arsenales de Ferrol o la pesca en las costas del Cumaná.
En 1765 se habilitaron nueve
puertos en la metrópoli desde los que se podía comerciar con las Indias, lo que
se hacía incompatible con monopolios como el de la Real Compañía Guipuzcoana de
Caracas. Sin embargo, a la empresa vasca se le siguieron concediendo
privilegios, como el asiento del tráfico de esclavos con Venezuela. No
obstante, la situación económica de la Compañía comenzó a flaquear como
consecuencia de la pérdida de barcos por los enfrentamientos bélicos, el hecho
de deber someterse a unos nuevos controles aduaneros, el aumento del
contrabando holandés, las fluctuaciones de los precios de los productos y el
nuevo mercado libre.
La Real Compañía Guipuzcoana de
Caracas desaparece en 1785 siendo sustituida por una nueva empresa por acciones
con los mismos agentes implicados: la Compañía de Filipinas.
Bibliografía
AMEZAGA IRIBARREN, Arántzazu, “La
Real Compañía Guipuzcoana de Caracas. Crónica sentimental de una visión
historiográfica. Los años áuricos y las rebeliones (1728-1751)”, Sancho el Sabio: Revista de cultura e
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GÁRATE OJANGUREN, Montserrat, “La
Real Compañía Guipuzcoana de Caracas: una historia económica”, en ESCOBEDO
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América en el siglo XVIII. La Real Compañía Guipuzcoana de Caracas, Bilbao,
Banco Bilbao Vizcaya, 1989, pp. 287-306.
MORÓN, Guillermo, “La provincia
de Venezuela en el siglo XVIII y la Real Compañía Guipuzcoana de Caracas”, en
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Banco Bilbao Vizcaya, 1989, pp. 37-51.
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