lunes, 22 de diciembre de 2014

LOS OFICIOS: LA COMPOSICIÓN HUMANA DE LA INDUSTRIA
Es preciso señalar que el mundo de los oficios se nutría de la diferencia numérica que se obtenía de restar a la población total el número de eclesiásticos e hidalgos. Estos sumaban en número de casi medio millón en cifras de 1787 mientras que el de eclesiásticos sumaba más de ciento treinta mil según censo de 1789. Así pues después de las cuentas oportunas se llega a la cifra para el estado de que un 95 por ciento de la población se podía definir como estado llano constituido a su vez por labradores y artesanos. [1]
Gonzalo Anes pone de manifiesto las diferencias de consideración que los “oficios viles” sufrían como tal en las diferentes regiones de España, por ejemplo en el norte y en Cataluña muchas veces estos oficios coincidían con la naturaleza de nobles de sus practicantes y según Domínguez Órtiz “los meridionales preferían pedir limosna o morir de hambre antes que barrer las calles, portear agua y otras tales ocupaciones” Una real cédula de 1767 declaraba que no podían formar parte de milicias provinciales  quienes tuvieran nota de oficio indecoroso o extracción infame como mulato, gitano, carnicero, pregonero o verdugo. [2]
Se promulgó en 1770 la real provisión de 26 de mayo por la cual se otorgaban tres fanegas de tierra en las cercanías del poblado en el que residiesen estos, para los braceros y los jornaleros. Sin embargo la medida más destacada fue la que realizó Carlos III en 1783 con el fin de dignificar todos los oficios. Con la real cédula otorgada el 18 de marzo de 1783 se declaró que no sólo ciertos oficios como los de curtidores sino que también otros como los oficios de herreros, sastres, zapateros, carpinteros y otros eran honrados y honestos. Se declaró que la resolución habría de observarse de forma inviolable, fueron anuladas con ello las leyes contenidas en el llamado “ordenamiento real” y en la nueva recopilación.[3] De esta suerte lo que se quiso es derogar lo concerniente a los oficios a los que se refería como viles o mecánicos. Así de este modo todos los oficios pasaron a ser dignos, honrados y honestos.
Sin embargo se generó una polémica y oposición con nobleza, clero y los propios gremios aunque con pocas perspectivas de éxito. Era un tiempo de aguda crisis artesanal en las que las corporaciones ya rumiaban su agonía. En el 72 se permitió a los extranjeros asentarse y ejercer oficio sin previo examen pero tras la promulgación de la cédula de 1783 el proceso se aceleró. Entre 1787 y 1789 se autorizaron a los fabricantes de tejidos a utilizar un limitado número de telares, esto representó de facto el principio del fin para el sistema de taller. En 1798, como culminación a una serie de pasos previos para la liberalización del artesanado se permite la posibilidad de examinarse de maestro sin pasar por el aprendizaje y la oficialía. A pesar de todos los intentos en vísperas de la guerra de la independencia España no había entrado aún en la revolución industrial. [4]
                                               EL COMERCIO CON AMÉRICA.
La relación entre España y las indias se hizo más compleja después de la guerra de los 7 años. Así también el intercambio comercial entre ambas. España obtuvo más éxito en obtener fondos de América que de la misma Castilla. Es en la segunda mitad del s. XVIII cuando esto se hace más evidente.
Es necesario señalar (y vale para el conjunto del trabajo) que el ámbito de actuación de la burguesía era arbitrario porque si algo era característico de la actuación del comerciante del Antiguo Régimen era su polivalencia, es decir no había una especialización clara en ningún campo de la economía, precisamente su definición de comerciante venía dado por su carácter todo terreno, así Miquel de Azavala Auñón declaraba con respecto a los comerciantes:
            “Los que por tierra o mar hacen venir de cualquier género que sea para vender al por mayor o al grueso”. [5]
            Sin embargo como señala Ringrose es necesario clarificar la relación entre comercio colonial y economía peninsular para ello se debe tener en cuenta la especial posición de Cádiz dentro del resto de economía del país.[6] Cádiz tuvo un importante, el principal papel como agencia distribuidora del comercio legal entre España y la América española. Así se constituyó en puerto regional y centro internacional de almacenaje y distribución. Así, de esta manera el comercio americano creció durante los 50´s y 60´s del s. XVIII mientras que lo propio con España fue más dinámica durante los años 80´s. así entre 1783-92 Cádiz manejó del 72 al 83 por ciento de las exportaciones y del 72 al 84 por ciento de importaciones de América.[7] Durante el reinado de Carlos III los envíos directos de América, los aranceles peninsulares aduaneros sobre el comercio y los impuestos recogidos de una economía andaluza sostenida por el comercio americano constituían una parte vital del presupuesto regio. Durante la década de los ochenta un 45 por ciento de la renta procedía las colonias. Justo en esos años y antes de la proclamación del comercio libre el tráfico marítimo tenía una media de 28.000 tm. Y 90 navíos por año aunque los barcos hubieran incrementado el tonelaje de 221 a 312 tm por unidad.[8]
            El volumen del comercio había experimentado un notable incremento en Cádiz. Entre 1745-1765 el comercio de las indias creció de diez mil a 27.000 tm. El final de la guerra americana y la reforma del comercio colonial en 1778 elevaron aún más el comercio. [9] Parece que la captura de la Habana aceleró el ritmo de las reformas que culminaron en 1778. La causa principal al margen de propaganda oficial que florecía una explicación alrededor del aumento del comercio y favorecer el desarrollo parece ser la de aumentar los ingresos.
            Hasta 1763 todos los bancos fondeaban en Cádiz antes de cruzar el Atlántico. Excepción de la compañía de Caracas (1728) y la compañía de Barcelona (1756) que explotaban un Caribe marginal. Cuando la guerra de los 7 años eran el 20 por ciento del total transoceánico[10]. En vísperas de esa guerra se creó el correo marítimo propiedad del estado y con sede en La Coruña. Eran rápidos y bien armados. En 1767 se añadió una segunda ruta con Buenos Aires a la ya creada con la Habana dos años antes. En 1765 se proclamaron los edictos de comercio libre que consiguieron simplificar los impuestos de aduanas.
CONCLUSIÓN
            Según Ringrose[11] (y comparto la opinión) los gobernantes actuaron en la mayor parte de las ocasiones sin conocer todas las facetas del problema que les afectaba, la disposición poliédrica de los factores que constituían la economía del momento les deslumbró a la manera que producen demasiados focos lumínicos enfocando un lago claro y prístino: produjo confusión y aturdimiento y a veces se veían monstruos donde solo había agua y sombras. Se promovió una industria sin conocer la información correcta, no es raro que se vieran atrapados en una combinación de ideas abstractas, de soluciones utópicas y de prejuicios personales que condicionó sus visiones de la realidad. Sin embargo España no fue la única donde esa equivocación provocada por una perspectiva distorsionada desencadenó muchos errores y fracasos, Europa casi al completo estaba en esa misma situación, un punto flaco del desarrollo de todas las sociedades, salvo la excepción de Inglaterra. Sin embargo aunque a nivel general y estatal el fracaso fue reconocido a nivel particular, de inversión del pequeño propietario sí se constataron ciertos éxitos de carácter privado.
            Fracasaron, efectivamente, aquellas inversiones que suponían un gran desembolso de capital, aquellas en las que el estado se vio fuertemente comprometido para la realización de complejos fabriles, sin embargo se lograron importantes avances en terrenos como la agricultura, inversiones en procesos intermedios, desarrollo de manufacturas de tipo artesanal y también en las que tenían carácter regional. Por lo tanto si una nación es capaz de producir esos aciertos de seguro que la causa de fracasos que tienen su origen en ellos habría que buscarla en condicionantes de tipo cultural mucho más arraigado en el imaginario colectivo del pueblo español. Además fracasó otro gran cometido del despotismo ilustrado: el todo para el pueblo sin el pueblo fue torpedeado sin remisión por los intereses de los grandes terratenientes cuyo poderío en tierras de nobles y clericales fue imposible de repartir, de desamortizar entre los jornaleros y el pueblo necesitado.
                                              





[1] VARIOS, Actas del congreso internacional sobre Carlos III y la ilustración, tomo II economía y sociedad, Madrid, Ministerio de Cultura, 1989, pp. 28 y ss.
[2]VARIOS, Cuadernos de Historia nº 9, C.S.I.C, Madrid, 1989, pp. 484 y ss
[3] En estas leyes dictadas en tiempo de los reyes católicos se venía a decir (leyes 2 y 3) del título I libro VI que los caballeros para tal no debían ejercer oficios tales que sastres, pellejeros, herreros (…) ni usasen de otros oficios bajos y viles.
[4] COMELLAS, José Luis (edt), Del antiguo al nuevo régimen: hasta la muerte de Fernando VII (Vol. XII) Ediciones Rialp, Madrid, 1981, Pp 35 y ss.
[5] VARIOS, La economía de la Ilustración, Murcia, 1988, Pp. 108 y ss
[6] RINGROSE, David R, España 1700-1900, el mito del fracaso, Alianza Universidad, Madrid 1996, p. 130
[7] FISCHER, John, Commercial relation Between Spain and Spanish America in the era of free trade 1778-1796, Liverpool University, Liverpool 1985
[8] RINGROSE R, David, España, 1700-1900. El mito del fracaso, Alianza Universidad, Madrid 1996,  p. 143
[9] Ibídem, p. 160
[10] Ibídem, p. 163.
[11]Ibídem, p. 29

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