En el siglo XX la historiografía
consideró que el concepto de crisis general era el más adecuado para definir
este periodo, ya que se trata de una época llena de dificultades no sólo en el
plano económico, sino también en las relaciones sociales, el mundo político y
en la esfera religiosa y de pensamiento. Esto hace que el siglo XVII quede
ensombrecido, que contrasta con la brillantez de las dos centurias en las que
queda enmarcado.
La revolución de los precios
había culminado a finales del XVI, llegando a un estancamiento que afectó
primero a los países mediterráneos y posteriormente a los del noroeste de
Europa, dando lugar a un descenso de los precios en todo el continente en la
segunda mitad del siglo. A esto hay que añadir que la llegada de metales
preciosos procedentes de América había descendido considerablemente desde que
en la última década del siglo XVI se llegara a la culminación de su proceso
ascendente. Con ello, Europa se había quedado privada de uno de los elementos
básicos para el buen funcionamiento de su sistema económico. El crecimiento
demográfico comenzó a ralentizarse e incluso a caer, la producción agrícola
descendía y la actividad industrial se enfrentaba a numerosos problemas. La
crisis comercial y financiera de entre 1619 y 1622 es considerada por algunos
autores como la fecha de inicio de la crisis de la centuria.
Hay una gran polémica en cuanto a
las causas de la crisis y en torno a ello se ha generado un debate
historiográfico muy polarizado entre los defensores de que la crisis tenía un
origen fundamentalmente económico y los que alegaban problemas políticos como
el principal motivo.
Un artículo de Hobsbawm de 1954
donde defendía que el detonante de la crisis del siglo XVII fue la "última
fase" de la transición entre el feudalismo y el capitalismo es considerado
como el detonante del debate. Consideraba que la crisis no era coyuntural sino
estructural. Sostuvo que fueron las barreras del sistema feudal las que
impidieron el crecimiento del mercado y el desarrollo del capitalismo, sin
embargo la crisis había permitido desbloquear estas barreras para el desarrollo
capitalista, creando las condiciones que hicieron posibles la revolución
industrial. Sin embargo fue un cambio socio-político lo que permitió, al menos
en Inglaterra (revolución de 1640), el desarrollo del capitalismo. A raíz de
esto, H. Trevor Roper alegó que las revoluciones constituían la principal
manifestación de la crisis de la centuria, por lo que más que naturaleza
económica, eran de índole sociopolítica. I. Wallerstein por el contrario mantuvo
que las dificultades no habían provocado ningún cambio estructural, y que la
crisis ya se había experimentado a finales de la Baja Edad Media, dando lugar a
la aparición de la "economía mundo" capitalista. R. Brenner considera
que la crisis del XVII tuvo un carácter feudal por la incapacidad de mantener
unas relaciones de producción y de extracción de excedentes que mejorasen la
productividad.
En cualquier caso, los problemas
económicos no se desvinculan completamente del marco político y esto se
intensifica en las tesis mantenidas por D. Parker que afirma que la crisis se
derivó de las contradicciones del sistema feudal (bajo nivel de productividad y
demanda).
Poco a poco se han ido matizando
las interpretaciones de la crisis y ya no se incide tanto en la condiciones económicas.
Para el estudio de esta crisis se destaca el empeoramiento de las condiciones
climáticas a nivel planetario, que dieron lugar a la llamada "pequeña edad
de hielo", perjudicando el desarrollo de las cosechas y provocando
periodos largos de carestías.
FLORISTÁN, A. Historia Moderna Universal, Ariel
Historia, Barcelona, 2002.
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