Dinero, Letras de cambio, Endosos y Bancos
Day, John, “Money and Credit in Medieval and Renaissance Italy”, en su obra The Medieval Market Economy, Oxford , Blackwell, 1987, pp. 141-161.
Conocí esta obra hace
unas semanas gracias a una de las prácticas de la asignatura “Sociedades
medievales: organización y recursos” que imparte el profesor Fernando
Rodamilans. Me pareció que el capítulo del que haré un breve resumen y
comentario puede tener cierto interés para nuestra asignatura, pues se refiere
a un tema fundamental de la economía de lo que John Day denomina el
“capitalismo mercantil” y es que el desarrollo de los bancos y el crédito
estuvo irreversiblemente ligado, salvo en contadas excepciones, a la
circulación de metales preciosos.
La
tesis con la que Day inicia este capítulo es clara. Nada sustituyó ni pudo
haber sustituido al dinero durante la
Edad Moderna. Ni letras de cambio,
ni depósitos bancarios fueron para el autor sustitutos del dinero metal, sino
simplemente formas de pago complementarias sólo posibles en economías altamente
monetizadas. Para hacer esta afirmación, John Day recurre a las estimaciones hechas
por Higgs, que calculaban en más de un 90% el porcentaje de todo el dinero en
circulación en la
Inglaterra de
mediados del siglo XVIII. [1]
Después
de analizar el proceso por el que, en la
Baja Edad Media, el autor sitúa
en torno a las ferias medievales el nacimiento del capitalismo y de un mercado
basado en el intercambio internacional y el crédito extranjero,[2] se explica el precio del crédito,
dependiente de la cantidad de dinero existente. En este punto y para justificar
la proliferación de las letras de cambio, Day se alinea a aquellos
historiadores que dan mayor peso a las necesidades del comercio transnacional
que a los escrúpulos de quienes oían los sermones de religiosos que los
criticaban.[3] Más relevante fue la transformación de
la letra de cambio en endoso, que dominó el mercado europeo entre los siglos
XVI y XVIII, “un instrumento negociable y dotado por primera vez de una función
puramente monetaria”.[4]
Citando
a Raymond de Roover, Day alude a que gracias al endoso, los mercaderes
consiguieron convertir sus letras de cambio en dinero[5]. No obstante,
vemos que esta práctica no fue igualmente considerada en toda Europa. En
Inglaterra llegaron a ser calificadas de “invento italiano para robar al reino
sus metales preciosos”.[6] En la mayor parte del continente
desconfiaban de este método e, incluso fue declarado ilegal en algunas ciudades
italianas como Nápoles y Venecia. Se pretendía paralizar o limitar el crédito
para promover los pagos bancarios y en efectivo, considerados más seguros.
Fijándose
en los mercaderes italianos, Day señala como el siglo XVI supuso un punto de
inflexión en su influencia en el norte de Europa, donde dejaron el papel
protagonista a los banqueros alemanes, como los Fugger en Augsburgo[7]. También hace
énfasis, siguiendo a Fernand Braudel, en los cambios que el flujo estable de
plata americana permitió en la economía del viejo continente[8]. La reducción
de plata importada desde Nueva España entre 1580 y 1620 marcaría, según el
autor, el fin del “boom” económico del siglo XVI.
En el
siguiente apartado del capítulo que comentamos, John Day se refiere a los
depósitos bancarios.[9] Es interesante ver cómo apunta a que
la creación de crédito por parte estos fue vista por la población como un abuso
de confianza por parte de las instituciones bancarias, una desconfianza hacia
las instituciones bancarias que parece haber resurgido en la actualidad.
Aprendemos cómo el célebre Banco de Ámsterdam, fundado en 1609, no prestó
dinero procedente de sus depósitos hasta bien entrado el siglo XVIII, algo que
ya destacó el escocés Adam Smith.[10]
Las
reservas de los bancos modernos eran pequeñas según Day, para quien los bancos
públicos nacieron siempre en momentos de crisis y en los que las autoridades
civiles veían una garantía de estabilidad y confianza.[11] Es en torno a este problema donde Day
expone la parte más compleja pero más interesante del capítulo. En su defensa
del ciclo que une devaluación de la moneda, inflación, deuda, aprobación de
nuevos impuestos y empobrecimiento de la población, Day apunta a los desastres
económicos surgidos como causa de la hiperinflación no combatida por los
bancos, cuya parte de culpa sería la monetización de su deuda flotante, razón
por la que los Estados tratarían de limitar el movimiento de los depósitos
bancarios en momentos en los que escasease la moneda.[12] En resumen, cuando el banco tiene
menos reservas y más porcentaje de sus depósitos está en circulación, más
inestabilidad hay en la economía.
Otra
idea que sugiere Day y que tiene continuidad en la
Edad Contemporánea es la del origen de
las multinacionales, los bancos privados y los bancos centrales. En cuanto a las
primeras, ve su origen en las compañías comerciales que, en época moderna, eran
consideradas también entidades bancarias. Con respecto a los bancos privados,
John Day ve en la actividad de préstamo a corto plazo de los bancos de
depósitos su origen. En su faceta de garantes de estabilidad para el Estado,
también serían la simiente de los bancos estatales o centrales.[13]
[1] Cantillon, R., Cantillon’s Essais sur la nature du comerse en
genéral, 1755, Londres, 1931, p. 306. Citado en Day, J., The Medieval Market Economy, Oxford , 1987, p. 142.
[2] Day, J.,
op. cit., pp. 142-149.
[3] Ibídem,
p. 144.
[4] Ibídem,
p. 145.
[5] De Roover, R., L’évolution de la lettre de change, París,
1953, p. 102. Citado en Day, J., op.
cit., pp. 146.
[6] Munro, J. H., The Dawn of Modern Banking, New Haven , 1979, p. 169. Citado
en Day, J., op. cit., p. 147.
[7] Day, J., op. cit., pp. 147-149.
[8] Braudel, F., Civilisation matérielle, II, París,
1979, p. 468.
[9] Day, J.,
op. cit., págs. 150-154.
[10] Ibídem,
p. 150. John Day cita la referencia de
Adam Smith en su obra The Wealth of
Nations.
[11] Ibídem,
p. 151.
[12] Ibídem,
pp. 152-153.
[13] Ibídem,
p. 154.
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