El autor comienza hablando de autores que en los siglos XVI
y XVII trataron de explicar el fenómeno del crecimiento de las ciudades, sus
factores y causas; asi pues, comienza citando a los análisis de Botero y Von
Colli, dos autores del siglo XVI que dan importancia a cosas como la existencia
de colegios y universidades, el orden jurídico político, el orden fiscal, la
industria o artesanado, las tasas de nupcialidad (para determinar la virtud
nutritiva de la ciudad)… etc, y después cita a William Petty, autor del siglo
XVII, que amplía estas investigaciones, dando más importancia a los flujos
migratorios del campo a la ciudad de la que se daba anteriormente. Este pensamiento
de Petty tendrá importancia en autores del siglo XVIII como Jean-Baptiste Moheau
y Johann Peter Süssmilch, que defenderán esta idea de la importancia decisiva
de los flujos migratorios junto con la capacidad de crecimiento del mercado de
trabajo.
Las bases del crecimiento urbano de España en el siglo XVI
se ponen en el siglo XV, gracias al crecimiento mercantil y monetario de
Castilla y Aragón, gracias a la relativa abundancia de moneda de oro
proveniente de África, así como la aparición de banqueros, el aumento del flujo
comercial, sobre todo con la unión de las dos coronas, y la homogeneización de
sistema monetario castellano en 1497. Todo esto es así ya que el autor vincula
crecimiento económico (especialmente agrícola) con el aumento de la tasa de urbanización.
El crecimiento urbano en la Península Ibérica se da de forma
espectacular en el siglo XVI, concentrándose en Andalucía, el triángulo
Burgos-Salamanca-Toledo, Zaragoza, Cuenca, Barcelona y, sobre todo, Valencia,
ésta última estuvo cerca de alcanzar los 50.000 habitantes en 1600. En los
reinos de la Corona de Aragón y Navarra se concentraba la urbanización en su
ciudad más importante, mientras que en Castilla estaba más equilibrado. El
motivo de la gran población de las ciudades era variado: centro comercial,
establecimiento de la corte, existencia de universidad, industria pañera…
Gran culpa de este crecimiento urbano lo tuvo la presencia
del artesanado en general, y la industria manufacturera textil en particular
(en la ciudad de Segovia representaba el 60% de la población), ya que desplegó
una red de producción y distribución por todo el reino que implicó a multitud
de población. No obstante hubo una crisis con el comercio de la lana a mediados
del s. XVI que hundió el comercio en las ciudades de la Meseta Norte, como
Burgos o Medina del Campo.
En las ciudades con puerto tuvo gran importancia su
crecimiento mercantil y financiero como motor de crecimiento demográfico,
además el siglo XVI es el de el inicio del comercio con las indias, que dio lugar
a un gran crecimiento en Sevilla (monopolio de comercio con las indias) pero
también a otras ciudades como Barcelona, Alicante o Valencia.
A la par del hundimiento de las ciudades de la meseta norte
se produce el “efecto Madrid”, en el cual la escasamente poblada villa de
Madrid comienza a recibir población rápidamente al trasladarse la corte allí en
1560.
A principios del
siglo XVII aparece una crisis de las poblaciones y economías urbanas, que da
como resultado la pérdida de población en muchas ciudades de las mesetas norte
y sur (donde no obstante sigue creciendo Madrid), como el caso de la ciudad de
Cuenca que pierde un 20% en las primeras décadas de siglo. Andalucía aguantó
bien este proceso de despoblación urbana.
Este proceso se da debido a una desaceleración de
inmigrantes unida a la emigración de los grupos sociales más productivos.
Así pues, en el siglo XVII se va a dar un proceso de
redistribución urbana que se ha mantenido hasta nuestros días, a través del
cual comenzaron a darse nuevos núcleos de población en la costa –especialmente
en el litoral-, además de aumentar la de los ya existentes, y el interior
peninsular asiste a un estancamiento de su crecimiento, a excepción de l villa
de Madrid y de algún ejemplo más. La población urbana de Castilla La Vieja,
Castilla la Mancha (sin contar Madrid) y Extremadura se redujo desde 1600 a
1800. Crecieron las ciudades que pudieron atraer nuevos pobladores, y cayeron
las que no pudieron lograrlo.
En ciudades como Segovia, Toledo, Cuenca o Ávila, el elemento
clave para explicar esta reducción de población (no recuperada en muchos casos
hasta en siglo XX) es el declive de su industria textil, debido a que otros
países europeos comienzan a fabricarlos para la exportación y acaban arruinando
este sector en Iberia, cuyas ciudades viven un proceso de agrarización de sus
funciones económicas. Desurbanización y desindustrialización caminaron de la
mano. También hubo descenso del rol mercantil de muchas ciudades.
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