LA
HACIENDA Y LA BANCA SAN CARLOS EN TIEMPOS DE CARLOS III
Carlos III tuvo tres ministros de
hacienda: Leopoldo de Gregorio, marqués de Esquilache, (Mesina, 1700-Venecia
1785) Miguel de Musquiz (Baztán 1719-Madrid 1785) ministro desde la caída de Esquilache
hasta 1785, y el conde de Lerena (Valdemoro 1734-Madrid 1792) ministro desde el
85 al 88[1].
Como precedente desde 1749 se tendría en cuenta
el llamado catastro de Ensenada en 22 provincias por el cual se
impondría un gravamen a los castellanos, basado en su riqueza individual y que
incluiría también a los eclesiásticos. Este expediente habría de esperar hasta
1770. Las rentas provinciales fueron suprimidas se quitó el gravamen del 14 por
ciento y la sala de Millones del consejo de Hacienda. Hacia 1785-87 se creó un
impuesto sobre los “frutos civiles” que eran los alquileres de casas, rentas
inmobiliarias, censos, derechos jurisdiccionales. Desde 1722 hasta 1807 la
hacienda real triplicó sus ingresos. En 1763 España era el tercer país
recaudando fondos tras Francia y gran Bretaña con 131,8 millones de libras
tornesas. (1libra tornes = 125,5 maravedíes)[2]
Otro de los problemas había sido la
mala gestión de Esquilache, éste había cometido varias indiscreciones mayores
como el hecho de subir los impuestos y, en otro orden de altercados, lo de
recortar las capas y los sombreros, amén de la, al parecer, licenciosa y lujosa
vida de su mujer la catalana Pastora Paternó[3].
Todo ello le había generado la antipatía de las clases populares amén del de la
aristocracia. [4]
Así pues el período comprendido
entre 1759-66 estuvo imbuido del rápido ascenso de Esquilache y se aplicaron las tesis de Campomanes sobre
el grano, la abolición de la tasa y su tesis contra la amortización eclesiástica.
El gran logro de este momento el catastro de los años 50´s se vio en una vía
muerta por llevar a revisión sus datos, además el control de las haciendas
locales reportaba pocos beneficios a la hacienda real. El subsiguiente intento
de Esquilache por controlar estos datos locales dio como lugar la creciente
animadversión de la nobleza que tenía en estos impuestos una forma favorable de
rentabilizar su peculio. Ahí empieza la caída en desgracia de Esquilache.[5]
En 1760, por ejemplo los cambios
llegaron hasta la producción y regulación de géneros, la fabricación de bayetas
finas, la extracción de moneda, la exportación de seda y esparto, la venta de
trigo de acuerdo con la tasa, el precio del tabaco se fijó en 24 reales la
libra, pena de muerte para el ladrón que robases más de 20 reales, se fijó el
arancel de escribanos, procuradores y abogados…también se creó la Junta del
Catastro y se reorganizó el consejo de Castilla.[6]
Además abolió en 1765 la tasa que
regulaba el precio del trigo, esta medida iba en contra de los nuevos tiempos
que intentaban la liberalización de los precios a costa de la política que se
había llevado hasta entonces de proteccionismo ciertamente paternalista. Sin
embargo esta medida llegó en el peor momento: una grave cosecha en 1765 disparó
los precios.
En cuanto a los gastos sólo hay
datos seguros para antes de Carlos III, entre 1722 y 1760. Pero es evidente que
el saldo es negativo hasta el caos financiero de 1793 por el estrangulamiento
al que sometía a la economía el gasto bélico. Por ejemplo en las fortificaciones
indianas se pasó de un gasto de 802.144 pesos en 1762-63 a 1.529.855 pesos al
final de su reinado (se incluye Cartagena, Portobelo, Río Hacha, Santa Marta
Panamá)[7].
Con estos crecientes niveles impositivos, a Carlos III solo le quedó la vía de
la deuda pública para financiarse. [8]
Por mediación del financiero Cabarrús.
1788, serie Retratos para el banco de España. 6/6
En 1780 Carlos III ordenó la emisión de casi
150.000.000 de reales de vellón en forma de títulos negociables a veinte años y
al 4 por ciento. Al año siguiente y al otro se realizaron nuevas emisiones. No
sería hasta diez años después de la muerte del rey cuando se descubriese
trágicamente que aquellos vales se habían depreciado hasta casi la calificación
podríamos decir hoy en día, de bonos basura. No era algo que se saliese de los
cálculos que estas emisiones en realidad no eran más que huidas hacia delante,
hacia un pozo sin fondo por lo que en 1782 se crea el
Banco Nacional de San Carlos.
El
banco de San Carlos venía avalado por las experiencias similares que habían
tenido lugar en Francia y Gran Bretaña, aunque institución pública con capital
privado creado por Real Cédula del Rey Carlos III el 2 de junio de 1782[9].
El contexto internacional era el de plena guerra con Inglaterra, en
independencia de Estados Unidos, queriendo recuperar Gibraltar y queriendo
despejar el tráfico antillano y hacia/desde México. [10]
Con un capital constitutivo de 300 millones de
reales emitidos en acciones a dos mil reales aunque su colocación fue morosa
hasta 1785 se emitieron 150.000 títulos. En los años siguientes se constataría
la devaluación de los intereses ofrecidos en principio desde el 7,25 por ciento
hasta 1788, un 4,75 hasta 1798. Con este panorama es fácil soslayar que en
sucesivos años estas acciones fueran cayendo en una progresiva pauperización
que lastró sobre manera el desarrollo financiero del estado. [11]
Dentro
de las funciones de este primitivo embrión del banco de España figuraban la conversión
a efectivo de los vales reales y de los pagarés al 4 por ciento, también se
constituía en contratista para el suministro del ejército y la marina, asimismo
debía ocuparse del pago de las obligaciones de la Corona en el exterior,
cobrando un 1 % del porcentaje.
A
pesar del montante económico de la inversión
y de su capital de constitución así como de venir avalado por la misma
corona el público no respondió bien a la oferta y se intentó estimular a
organismos como la beneficencia, la iglesia y por supuesto municipales además
de presionar a los virreyes para que colocaran sus acciones en las colonias. En
dos años sólo se vendieron 28.150 acciones, pero el mínimo eran de 45.000 para
comenzar a operar. [12]
Detrás
de este enorme esfuerzo (capacidad de crédito en Madrid muy limitada) se
hallaba el hombre fuerte del régimen real en este momento, Cabarrús que lo
relacionó directamente con la solución a la galopante deuda pública que
arrastraba el estado. La solución se la propuso al Conde de Floridablanca: la
creación del banco. El secretario de Estado aceptó esa solución que sin embargo
se demostró demasiado grande para el tamaño de los aportes, es decir la gestión
de los vales reales. Se quería evitar la depreciación de los vales cambiándolos
por dinero metálico tratando de evitar su devaluación. Se quisieron abrir Cajas
subalternas en Bilbao, Valencia, Barcelona, Málaga y Cádiz. Sólo se acabaría de
crear esta última.
El
banco estaba controlado por ocho directores que se ocupaban del día a día,
Cabarrús fue el primer director pero cayó en desgracia y fue acusado (nunca
probado) de malversación y extracción fraudulenta de metales. [13]
Tras ello parecía estar una denuncia anónima de haber comprado fondos públicos
franceses en cantidad excesiva, hasta la inquisición llegó una “sátira
disfrazada” llamada Elogio de Carlos III y que se atribuyó al mismo Cabarrús,
pura sospecha pues este preparaba su traslado a París liquidando muebles y
vendiendo hasta la vajilla.[14]
La caída en desgracia del ministro no se hizo esperar y fue encarcelado y
procesado al tiempo que su salud declinaba rápidamente.
Estos
avatares pero sobre todo su declinar económico y a pesar de contar con
“protección real” llevaron al banco San Carlos a una situación insostenible. Su
historia unida sin duda al Tesoro Público que arrastró las sucesivas guerras
con Francia e Inglaterra, le llevaron a comenzar el XIX de forma raquítica y
exhausta desde el punto de vista financiero. Aún sobrevivió hasta 1829 aunque
su actuación se vio limitada a la actuación como agente del gobierno, en ese
año fue liquidado por López Ballesteros. [15]
[1] BARÓN DE
LOURGOING, Jean François, Imagen de la moderna España, Universidad de Alicante,
Alicante, 2012, pp. 257
[2] MARTÍNEZ
SHAW, Carlos, OLIVA MELGAR, José María, (eds.) Sistema Atlántico español: (siglos XVII-XIX), Marcial Pons, Madrid,
2005, pp. 178
[3] VACA DE
OSMA, José Antonio, Carlos III,
Rialp, Madrid, 2014, Cap. X.
[4]
SÁNCHE-BLANCO, Francisco, El absolutismo
y las luces en el reinado de Carlos III, Marcial Pons. Madrid, 2002, pp.
43.
[5] MARTÍNEZ
RUIZ, Enrique, GIMÉNEZ, Enrique, ARMILLA, José Antonio, MAQUEDA, Consuelo, La España Moderna, Istmo Fundamentos,
Madrid, 1992, pp. 518.
[6] VIDAL,
Josep Juan, MARTÍNEZ RUIZ, Enrique, Política
interior y exterior de los borbones, Editorial Istmo, Madrid, 2001, Pp.279
y ss.
[7] SERRANO
ÁLVAREZ, José Manuel, Fortificaciones y
tropas: el gasto militar en tierra firme, 1700-1788, Universidad de Sevilla, CSIC, Sevilla, 2004,
pp. 172.
[8] GARCÍA
CÁRCEL, Ricardo, Historia de España siglo
XVIII, la España de los Borbones, Madrid, Cátedra, 2002, p. 310
[9]
PÉREZ-BUSTAMANTE, David, Depósitos
bancarios y crisis financieras, pp. 118 y ss.
[10] TEDDE,
Pedro y Marichal, La formación de los
bancos centrales en España y América Latina (siglos XIX y XX) (2 VOL.)
Banco de España, Madrid 1994.
[11] Ibídem,
p. 312
[12] DE
FRANCISCO OLMOS, José María, Los miembros
del Consejo de Hacienda (1722-1838) y Organismos Económicos-Monetarios,
Castellum, Madrid 1997, pp. 318 y ss.
[13]
GUTIERREZ SEBARES, José Antonio y MARTÍNEZ GARCÍA, Francisco Javier, El sistema financiero en la España
contemporánea, Ediciones Universidad Cantabria, Santander 2014, pp. 117 y
ss.
[14]
ÁLVAREZ-VALDÉS Y VALDÉS, Manuel, Jovellanos:
Vida y pensamiento, Ediciones Nobel, Oviedo 2012, pp. 179 y ss.
[15]
SALVADOR ARMENDÁRIZ, Amparo, Banca
Pública y Mercado, Ministerio de Administraciones Públicas, Madrid, 2000,
pp. 55 y ss.
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