El asalto al palacio de
las Tullerías protagonizado por las masas parisinas el 10 de agosto de 1792
supuso el fin de la Monarquía de Luis XVI -muy desacreditada como consecuencia
de la huida a Varennes y de sus relaciones con el resto de potencias
monárquicas en aras de formar una coalición contrarrevolucionaria que invadiese
Francia y volviese a colocarle en el trono como monarca absoluto, esto propicio
el inicio de una guerra entre la Francia Revolucionaria y las potencias
aristocráticas, Prusia y Austria - y el establecimiento del gobierno de la
Convención formado por diputados de la Gironda –formada en su mayoría por
intelectuales y juristas pertenecientes a la burguesía media, que encarnaba la
lucha contra el Antiguo Régimen económico y social y abogaba por la creación de
una sociedad de pequeños y medios productores, sin trabas a la circulación y a
la libre empresa pero manteniendo la intervención estatal para la consecución
de la “armonía social” por medio de una fiscalidad progresiva, proteccionismo
aduanero en determinados campos… Eran conocidos con el nombre de girondinos- y
la Montaña- cuyos miembros eran conocidos con el nombre de jacobinos y que
abogaban por la construcción de una República igualitaria de propietarios
libres, este grupo contó con el apoyo de los sans-culottes-.
Tras la insurrección, el
11 de agosto, fue decretado el sufragio universal masculino. A esto hay que
añadir la proclamación de la República el 21 de septiembre y la decapitación
del monarca el 21 de enero de 1793 lo que marco el inicio de la etapa más
radical de la Revolución Francesa. Esta radicalización, encarnada en primera
instancia en la ejecución del monarca y la ocupación de Bélgica por el Ejército
Revolucionario, propicio la creación de la Primera Coalición entre
marzo-septiembre de 1793 que aglutino a toda Europa contra la Revolución
–Austria y Prusia que ya se encontraban en guerra, a las que se unieron
Inglaterra, Holanda, el Papado, el reino de Piamonte-Cerdeña, España y los
estados alemanes-.
En este clima de guerra
la Francia de la insurrección popular del 10 de agosto se otorgo un Gobierno
Revolucionario cuyo principal órgano era la Convención Nacional que aglutinaba
el poder legislativo, y en la práctica también el ejecutivo ya que controlaba
al Consejo Ejecutivo, y cuyos miembros eran elegidos por medio de sufragio
universal masculino tal y como aparecía recogido en la Constitución de 1793
que, sin embargo, decidió no aplicarse debido a la peligrosa situación que
atravesaba la República. Se creó un Comité de Salvación Pública –entre cuyos
miembros podemos destacar a Barère, Robespierre, Saint-Just, Couthon, Carnot o
Collot d’Herbois- compuesto por doce miembros elegidos directamente por la
Convención y cuya misión era el control de los ejércitos, el nombramiento de
los representantes en los departamentos y controlar al Consejo Ejecutivo, así
como un Comité de Seguridad General encargado de combatir la contrarrevolución
y que tenía a su cargo al Tribunal Revolucionario. Esta centralización de la
administración vino acompañada por una mayor centralización económica,
necesaria en tiempo de guerra, y la organización de un sistema represivo,
conocido bajo el nombre de el “Terror”, que ha sido exagerado, en relación al
número de víctimas que causó, por determinadas “corrientes historiográficas” que
han obviado, cuando no manipulado directamente, las fuentes y las cifras para
desprestigiar la primera revolución triunfante de las clases populares asimismo
estos “historiadores” no suelen incidir
en el hecho de que fueron los propios sans-culottes quienes exigieron su
establecimiento para combatir a todos los enemigos de la Revolución y que se
hizo necesario tanto por la gravedad y peligrosidad de la
contrarrevolución interna –véase el
ejemplo de la Vendée o las conspiraciones tramadas por miembros de la
aristocracia- como para acabar con todos aquellos que, aprovechando las
dificultades financieras de la República y de la población, se dedicaban a
acaparar mercancías para posteriormente sacarlas al mercado a precios
elevadísimos.
Los sans-culottes dando buena cuenta de los elementos aristocráticos y contrarrevolucionarios del país
En esta coyuntura de
guerra exterior e interior la República consiguió realizar una serie de medidas
económicas –lo que se conoce con el nombre de economía dirigida- que, junto con
el ardor revolucionario y el valor de las masas, consiguieron paliar la
situación dejando asombrado al mundo al poder resistir la embestida de las
potencias de toda Europa. La mayoría de las medidas económicas tomadas fueron
realizadas por medio de la “Comisión de
medios de subsistencia”, creada el 1 de brumario (22 de octubre) de 1793, integrada por tres miembros que disponían de
más de 500 empleados bajo sus órdenes y que se encargaban de dirigir el
comercio exterior, las requisiciones, el establecimiento de precios y tarifas y
el abastecimiento del ejército y la capital, a estas tareas se sumaban otras
secundarias como mejora de las técnicas agrícolas y ganaderas y de la
explotación de minas y bosques. En los asuntos comerciales se le asigno un consejo
consultivo integrado por Moutte, banquero, Lesguillier, almacenista parisino
que había sido presidente del Tribunal de Comercio y Vilmorin, comerciante de
granos.
Obligada a ser
autosuficiente debido a la guerra y como sociedad agrícola que era Francia, uno
de los campos en donde centró su actividad la Comisión fue la agricultura ya
que gran parte de los revolucionarios se hallaban influidos por las teorías
fisiócratas y por ende consideraban que la tierra era la propiedad más segura
de que disponía la nación. Es por esto que fueron realizadas numerosas
iniciativas para aumentar la productividad agrícola como la desecación de
marismas, la siembra de los parques y jardines de recreo de Paris, como ocurrió
con el de Luxemburgo y el de la Liste Civil, y se instó a los cultivadores de
viñedos a reducir la extensión de sus viñas para poder dedicar el terreno a la
producción cerealística, asimismo con la intención de conseguir un reparto más
equitativo de la producción se realizaron numerosos censos que recogían la
producción del campo, la industria y la ganadería, esto permitió calificar a
los departamentos en dos grupos, excedentarias y deficitarias y mediante la
requisición de la producción sobrante de las regiones excedentarias eran abastecidas
las regiones deficitarias, el ejército y la capital, sin embargo esto no fue
suficiente debido a la acción de los acaparadores y a la indulgencia mostrada
por el gobierno, por lo que se tuvieron que establecer medidas extremas como la
prohibición de la pastelería, la creación de panaderías municipales, el control
de los almacenes privados y el establecimiento de cartillas de racionamiento.
En el ámbito comercial,
muy reducido debido al bloqueo marítimo impuesto por Inglaterra, la Comisión se
encargó de la dirección de la flota mercante y de la compraventa de productos.
Se produjo la nacionalización de las importaciones y exportaciones así como la
revocación del Acta de Navegación, que sólo permitía los intercambios
comerciales con buques con pabellón francés, y los puertos fueron abiertos a
todos los navíos neutrales y las importaciones fueron pagadas con todos los
productos innecesarios que poseía Francia: vinos y aguardientes, sedas,
encajes, objetos de plata, piedras preciosas, muebles de los aristócratas
emigrados… Asimismo se fomentó la acción de la flota corsaria para atrapar
buques mercantes enemigos.
Pero sin duda alguna la
medida económica más importante llevada a cabo por la Revolución fue la Ley del
Máximo promulgada en los decretos del 11, que establecía un máximo para el
precio del grano, y del 29 de septiembre, que establecía un máximo al precio de
todos los productos de primera necesidad y de los salarios, disponemos de una
excelente descripción realizada por Robespierre uno de sus más firmes
defensores: “El segundo medio: es aliviar
la miseria pública. Los motines solo pueden ser temibles cuando los enemigos de
la libertad pueden hacer hablar de carestía y de miseria a las orejas de un
pueblo hambriento y desesperado. Hay que arrancarles esta arma peligrosa y la
tranquilidad pública estará más asegurada dado que el pueblo francés, que los
ciudadanos de Paris sobre todo han mostrado hasta aquí una paciencia igual a su
coraje. Y que para consolarlo es suficiente parecer ocuparse seriamente de su
felicidad y de sus necesidades. Hagamos leyes benefactoras que tiendan a
acercar el precio de los alimentos al de la industria del pobre. Ordenemos los
trabajos que contribuyen a la gloria y a la prosperidad del estado. Extirpemos
sobre todo el agiotaje. Sequemos las grandes fuentes del acaparamiento, paremos
los bandidajes de las sanguijuelas públicas, y pongamos orden en nuestras
finanzas restableciendo el crédito de nuestros asignados, y castigando
severamente a todos los prevaricadores y a todos los bribones públicos. Hay
operaciones particulares que tienden directamente a aliviar la miseria pública,
pero en general, la bondad de nuestras leyes, el sistema de nuestra conducta
administrativa y revolucionaria deben concurrir a este objetivo. Realicemos los
principios que hemos proclamado, y que están en nuestros corazones. Lo que
hemos dicho muchas veces, hagámoslo. Y que la nación recoja pronto el fruto del
patriotismo que anima a sus representantes”. Pág. 188
Esta Ley establecía que
los precios de producción de 1790 serían aumentados en un tercio, a lo que
habría que añadir el precio del embalaje y la reserva de un 5 por ciento para
el mayorista y un 10 por ciento para el detallista, asimismo estaba prevista
una indemnización gradual para cubrir los gastos en el transporte. Fue llevada
a cabo por la Comisión quien contó con doce comisarios que se dividían en
cuatro secciones: Alimentación, textiles, productos químicos-droguería y
metales-combustibles. El cumplimiento de estas medidas se dejo a cargo de los
Ejércitos Revolucionarios que sumaban un total de 30000 hombres –principalmente
sans-culottes- divididos en 56 ejércitos que actuaban como una policía
económica llevando la revolución y las órdenes del gobierno allá donde iban.
Para finalizar merece
la pena recalcar una frase de Saint –Just, uno de los principales promotores de
la República jacobina, tan denostada a menudo por parte de ciertos
historiadores que vieron con pavor las profundas transformaciones sociales que
se llevaron a cabo en este breve período: “Cuando
los hombres sean libres serán iguales, cuando sean iguales serán justos”.
Pág. 380
Bibliografía:
-
Bouloiseau,
M. (1980). La República jacobina.
Barcelona. Ariel.
- Castells,
I. (1997). La Revolución Francesa (1789-1799).
Madrid. Síntesis.
- Robespierre,
M. (2005). Por la felicidad y por la
libertad. Discursos. Madrid. El viejo topo.
- Saint-
Just (2004). Ouvres Complètes. París. Éditions Gallimard.
Gracias por esta aportacion que deberia hacer reflexionar a muchos politicos españoles de "nueva ola"
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