Exposición del grupo 4 sobre GELABERT, Juan E., “La fortuna de las ciudades, 1500-1700”
Tanto en la Península Ibérica
como en Italia, a lo largo del siglo XVI se produce un gran desarrollo de las
ciudades, con un considerable aumento de población de las mismas.
En la época, se entendía que una
ciudad era grande si tenía población y poder. Se siguen manteniendo los
preceptos teóricos respecto al urbanismo que existían en la Antigüedad para la
ubicación de las ciudades: lugares salubres, abundancia de agua y de tierra
fértiles, buenas comunicaciones, urbes bien abastecidas… Así mismo, se afirmaba
que para atraer población una ciudad ha de contar con instituciones y con
personajes ilustres. Estas ideas fueron defendidas por las tratadistas Botero y
Von Colli en el siglo XVI. Estos autores además hablan de cómo se debía
afrontar el aumento de la población de las ciudades.
Ya en el siglo XVII y XVIII
diversos autores se dan cuenta que las ciudades aumentan su población no por el
crecimiento vegetativo de las mismas sino por los aportes de población
inmigrante por el atractivo laboral y las oportunidades que presentan las urbes
para las gentes del mundo rural.
El crecimiento en las ciudades de
las monarquías ibéricas en el siglo XV vino en gran parte debido a la relativa abundancia de oro y
plata existente respecto a otros territorios europeos. La tasa de urbanización
de Castilla en el XV y en el XVI sólo estaba detrás de Países Bajos e Italia.
Por otro lado, el crecimiento de las ciudades estaba directamente relacionado
con los periodos de abundancia agrícola.
A principios del siglo XVI la
población urbana se concentraba en el triángulo Burgos-Salamanca-Toledo y en
Andalucía. Así mismo, hay que destacar la importancia de Cuenca, Valencia, Zaragoza
y Barcelona, siendo la ciudad del Turia la más poblada de todas. En la Corona
de Aragón se producía una macrocefalia de las ciudades respecto de sus
respectivas regiones, mientras que en la Corona de Castilla la población urbana
era más uniforme y repartida por el territorio.
El despegue urbano de Castilla en
el siglo XV se debió principalmente al comercio de la lana, acompañado de las
funciones bancarias, administrativas y la corte itinerante entre distintas
poblaciones.
Ya en el siglo XVI hay que tener
en cuenta algo que normalmente ha sido despreciado por la historiografía o ha
sido tachado como mediocre, la producción manufacturera textil de las ciudades
castellanas. Esta no era tan inferior ni tan atrasada como históricamente se ha
entendido. No sólo se exportaba lana sino que también se producían telas. Así
mismo, la seda era una industria muy importante en Valencia y en Murcia.
Otro elemento que influyó en el
crecimiento urbano castellano fue el comercio y las actividades financieras en
general. Esto fue muy notable en Andalucía Occidental con el comercio
americano, pero también en la fachada mediterránea. Sin embargo, en las costas
cantábricas y en el interior de Castilla (especialmente en la Meseta Norte) a
partir de 1600 comenzará un periodo de decadencia del comercio de las ciudades,
cuyas causas se hunden ya en el siglo XVI con las guerras contra Francia, las
bancarrotas de Felipe II, los desajustes en el sistema de ferias castellanas y
el establecimiento definitivo de la corte en Madrid. Este declive es
especialmente acusado en Medina del Campo y otras ciudades de Castilla la Vieja
y en Cuenca.
Andalucía es un caso muy singular
en la Corona de Castilla. Esta era la región con la mayor tasa urbana y el
mayor número de ciudades, destacando sobre todo las “agrociudades”, ciudades
donde la población era mayoritariamente agrícola como Jerez de la Frontera,
Andújar, Antequera o Úbeda. Las ciudades andaluzas tenían una gran actividad
agrícola, mercantil, industrial y de servicios. No obstante, también comienzan
a sufrir una cierta decadencia a partir de 1600 pero aguantándolo mejor que la
Castilla meseteña.
En el siglo XVIII, a partir del
catastro de Ensenada y del censo de Floridablanca, se puede apreciar que el
tradicional vacío urbano de la costa cantábrica comienza a ser ocupado por
algunas ciudades y que se produce un gran crecimiento urbano tanto en la
fachada mediterránea como en el interior de Andalucía. Por otro lado, se
muestra el estancamiento de Extremadura, y la constante pérdida de población de
Castilla-La Nueva y Castilla-La Vieja. En este último caso la industria textil
nunca terminó de resucitar; los mercantilistas propugnaban como solución en el
siglo XVII el cese de las exportaciones de lana para aumentar la producción
textil nacional ya que a partir de 1600 se produjo la llegada masiva de telas
de Holanda, Inglaterra y Francia.
También hay que añadir que en las
ciudades de la Meseta Norte se produjo una reducción drástica de la inmigración
ya que las perspectivas de mejora económica para las personas provenientes del
campo ya no eran tales; el poder adquisitivo de la población urbana se había
visto reducido. Estas ciudades castellanas sufrieron un proceso de
agrarización, viéndose notablemente incrementado el peso de las actividades del
sector primario. Las ciudades castellanas redujeron drásticamente su peso
mercantil tanto a nivel regional como suprarregional.
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