domingo, 30 de noviembre de 2014

Crisis general del siglo XVII e interpretaciones

En el siglo XX la historiografía consideró que el concepto de crisis general era el más adecuado para definir este periodo, ya que se trata de una época llena de dificultades no sólo en el plano económico, sino también en las relaciones sociales, el mundo político y en la esfera religiosa y de pensamiento. Esto hace que el siglo XVII quede ensombrecido, que contrasta con la brillantez de las dos centurias en las que queda enmarcado.

La revolución de los precios había culminado a finales del XVI, llegando a un estancamiento que afectó primero a los países mediterráneos y posteriormente a los del noroeste de Europa, dando lugar a un descenso de los precios en todo el continente en la segunda mitad del siglo. A esto hay que añadir que la llegada de metales preciosos procedentes de América había descendido considerablemente desde que en la última década del siglo XVI se llegara a la culminación de su proceso ascendente. Con ello, Europa se había quedado privada de uno de los elementos básicos para el buen funcionamiento de su sistema económico. El crecimiento demográfico comenzó a ralentizarse e incluso a caer, la producción agrícola descendía y la actividad industrial se enfrentaba a numerosos problemas. La crisis comercial y financiera de entre 1619 y 1622 es considerada por algunos autores como la fecha de inicio de la crisis de la centuria.

Hay una gran polémica en cuanto a las causas de la crisis y en torno a ello se ha generado un debate historiográfico muy polarizado entre los defensores de que la crisis tenía un origen fundamentalmente económico y los que alegaban problemas políticos como el principal motivo.

Un artículo de Hobsbawm de 1954 donde defendía que el detonante de la crisis del siglo XVII fue la "última fase" de la transición entre el feudalismo y el capitalismo es considerado como el detonante del debate. Consideraba que la crisis no era coyuntural sino estructural. Sostuvo que fueron las barreras del sistema feudal las que impidieron el crecimiento del mercado y el desarrollo del capitalismo, sin embargo la crisis había permitido desbloquear estas barreras para el desarrollo capitalista, creando las condiciones que hicieron posibles la revolución industrial. Sin embargo fue un cambio socio-político lo que permitió, al menos en Inglaterra (revolución de 1640), el desarrollo del capitalismo. A raíz de esto, H. Trevor Roper alegó que las revoluciones constituían la principal manifestación de la crisis de la centuria, por lo que más que naturaleza económica, eran de índole sociopolítica. I. Wallerstein por el contrario mantuvo que las dificultades no habían provocado ningún cambio estructural, y que la crisis ya se había experimentado a finales de la Baja Edad Media, dando lugar a la aparición de la "economía mundo" capitalista. R. Brenner considera que la crisis del XVII tuvo un carácter feudal por la incapacidad de mantener unas relaciones de producción y de extracción de excedentes que mejorasen la productividad.

En cualquier caso, los problemas económicos no se desvinculan completamente del marco político y esto se intensifica en las tesis mantenidas por D. Parker que afirma que la crisis se derivó de las contradicciones del sistema feudal (bajo nivel de productividad y demanda).

Poco a poco se han ido matizando las interpretaciones de la crisis y ya no se incide tanto en la condiciones económicas. Para el estudio de esta crisis se destaca el empeoramiento de las condiciones climáticas a nivel planetario, que dieron lugar a la llamada "pequeña edad de hielo", perjudicando el desarrollo de las cosechas y provocando periodos largos de carestías.




FLORISTÁN, A. Historia Moderna Universal, Ariel Historia, Barcelona, 2002.

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