domingo, 9 de noviembre de 2014

LA CARIDAD EN EL SIGLO XVII

Ser ciudadano en el siglo XVII estaba condicionado por la pertenencia social a determinados círculos con unas características y criterios de respetabilidad muy claros. Podríamos hablar sobre la nobleza, los comerciantes, los empresarios o los miembros de determinaos gremios, sin embargo, el tema que propongo aquí trata sobre el escalafón contrario.

En el extremo más bajo de la sociedad encontramos a los sectores desdeñados. Desde criminales, prostitutas, desertores, hasta mutilados o mendigos que eran víctimas de la discriminación, el rechazo y el desarraigo en la mayoría de las ciudades. En definitiva pobres que se movían constantemente, de unas ciudades a otras, siendo muchas veces arrestados por cometer diversos delitos o por holgazanería motivados por las graves crisis debidas a la escasez de alimentos que sufría Europa y las fuertes subidas de precios.

El cristiano tenía para con el pobre una responsabilidad ineludible y por tanto debía atenderlo en situaciones de verdadera necesidad. Las donaciones y obras de caridad fueron las formas principales de ayuda. Para los cristianos protestantes, atender a las necesidades del pobre era una responsabilidad moral, por eso proporcionaba ayuda práctica, mientras que para los católicos la caridad era una forma de salvación para su alma y por eso fueron fieles a la ferviente tradición de otorgar limosna a los pobres mendicantes. En lo que sí coincidían era en que el pobre incapaz merecía un tratamiento más indulgente que el pobre indigno, que era considerado capaz para realizar un trabajo y no lo hacía por holgazanería.

Algunos contemporáneos escribieron sobre la necesidad de ingresar a los pobres de solemnidad en casas de caridad o hospitales, diferenciándolos con alguna marca y favoreciendo a mujeres y niños para que no cayeran en la prostitución o la delincuencia. También escribieron sobre la necesidad de mandar a los forasteros a sus casas de parroquia, para ayudar con la beneficencia únicamente a los pobres residentes, y sobre el propósito de eliminar a los ladrones de las calles.

La caridad privada y la ayuda institucional desarrollada por órdenes religiosas desempeñaron una importante labor de tradición muy arraigada en los países católicos mediterráneos, labor que estaba por encima en muchas ocasiones de la actuación del estado en el mimo ámbito. En España sin ir más lejos, a pesar de que autores como Juan de Mariana reconocían la conveniencia de una intervención directa del Estado en la asistencia a los pobres, se hizo bastante poco a lo largo del siglo XVII. Fue ya en la segunda mitad del XVIII cuando se establecieron en Madrid casas públicas para los pobres.

El poder de algunas órdenes religiosas, los recursos y las masivas limosnas de la Iglesia y el desarrollo de la caridad corporativa, hizo que quedara poco campo para la iniciativas públicas.


Al no disponer de datos y conocimientos concretos sobre las causas económicas y sociales que causaban el desempleo, no es raro que benefactores y donantes aceptasen y reforzasen el énfasis puesto en la ayuda al pobre de solemnidad, sobre todo mujeres y niños, mientras que el resto, los sanos que estaban solamente sin trabajo, tendrían suerte si lograban obtener una asistencia más importante que la que pudiesen sacar con la mendicidad o por otros medios.



MUNCK, T., La Europa del siglo XVII. 1598-1700, Madrid, Akal, 1994.


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