domingo, 30 de noviembre de 2014

Dinero, Letras de cambio, Endosos y Bancos. Comentario a un capítulo de John Day en The Medieval Market Economy

Dinero, Letras de cambio, Endosos y Bancos 

Day, John, “Money and Credit in Medieval and Renaissance Italy”, en su obra The Medieval Market EconomyOxford, Blackwell, 1987, pp. 141-161.


Conocí esta obra hace unas semanas gracias a una de las prácticas de la asignatura “Sociedades medievales: organización y recursos” que imparte el profesor Fernando Rodamilans. Me pareció que el capítulo del que haré un breve resumen y comentario puede tener cierto interés para nuestra asignatura, pues se refiere a un tema fundamental de la economía de lo que John Day denomina el “capitalismo mercantil” y es que el desarrollo de los bancos y el crédito estuvo irreversiblemente ligado, salvo en contadas excepciones, a la circulación de metales preciosos.

La tesis con la que Day inicia este capítulo es clara. Nada sustituyó ni pudo haber sustituido al dinero durante la Edad Moderna. Ni letras de cambio, ni depósitos bancarios fueron para el autor sustitutos del dinero metal, sino simplemente formas de pago complementarias sólo posibles en economías altamente monetizadas. Para hacer esta afirmación, John Day recurre a las estimaciones hechas por Higgs, que calculaban en más de un 90% el porcentaje de todo el dinero en circulación en la Inglaterra de mediados del siglo XVIII. [1]
Después de analizar el proceso por el que, en la Baja Edad Media, el autor sitúa en torno a las ferias medievales el nacimiento del capitalismo y de un mercado basado en el intercambio internacional y el crédito extranjero,[2] se explica el precio del crédito, dependiente de la cantidad de dinero existente. En este punto y para justificar la proliferación de las letras de cambio, Day se alinea a aquellos historiadores que dan mayor peso a las necesidades del comercio transnacional que a los escrúpulos de quienes oían los sermones de religiosos que los criticaban.[3] Más relevante fue la transformación de la letra de cambio en endoso, que dominó el mercado europeo entre los siglos XVI y XVIII, “un instrumento negociable y dotado por primera vez de una función puramente monetaria”.[4]
Citando a Raymond de Roover, Day alude a que gracias al endoso, los mercaderes consiguieron convertir sus letras de cambio en dinero[5]. No obstante, vemos que esta práctica no fue igualmente considerada en toda Europa. En Inglaterra llegaron a ser calificadas de “invento italiano para robar al reino sus metales preciosos”.[6] En la mayor parte del continente desconfiaban de este método e, incluso fue declarado ilegal en algunas ciudades italianas como Nápoles y Venecia. Se pretendía paralizar o limitar el crédito para promover los pagos bancarios y en efectivo, considerados más seguros.
Fijándose en los mercaderes italianos, Day señala como el siglo XVI supuso un punto de inflexión en su influencia en el norte de Europa, donde dejaron el papel protagonista a los banqueros alemanes, como los Fugger en Augsburgo[7]. También hace énfasis, siguiendo a Fernand Braudel, en los cambios que el flujo estable de plata americana permitió en la economía del viejo continente[8]. La reducción de plata importada desde Nueva España entre 1580 y 1620 marcaría, según el autor, el fin del “boom” económico del siglo XVI.
En el siguiente apartado del capítulo que comentamos, John Day se refiere a los depósitos bancarios.[9] Es interesante ver cómo apunta a que la creación de crédito por parte estos fue vista por la población como un abuso de confianza por parte de las instituciones bancarias, una desconfianza hacia las instituciones bancarias que parece haber resurgido en la actualidad. Aprendemos cómo el célebre Banco de Ámsterdam, fundado en 1609, no prestó dinero procedente de sus depósitos hasta bien entrado el siglo XVIII, algo que ya destacó el escocés Adam Smith.[10]
Las reservas de los bancos modernos eran pequeñas según Day, para quien los bancos públicos nacieron siempre en momentos de crisis y en los que las autoridades civiles veían una garantía de estabilidad y confianza.[11] Es en torno a este problema donde Day expone la parte más compleja pero más interesante del capítulo. En su defensa del ciclo que une devaluación de la moneda, inflación, deuda, aprobación de nuevos impuestos y empobrecimiento de la población, Day apunta a los desastres económicos surgidos como causa de la hiperinflación no combatida por los bancos, cuya parte de culpa sería la monetización de su deuda flotante, razón por la que los Estados tratarían de limitar el movimiento de los depósitos bancarios en momentos en los que escasease la moneda.[12] En resumen, cuando el banco tiene menos reservas y más porcentaje de sus depósitos está en circulación, más inestabilidad hay en la economía.
Otra idea que sugiere Day y que tiene continuidad en la Edad Contemporánea es la del origen de las multinacionales, los bancos privados y los bancos centrales. En cuanto a las primeras, ve su origen en las compañías comerciales que, en época moderna, eran consideradas también entidades bancarias. Con respecto a los bancos privados, John Day ve en la actividad de préstamo a corto plazo de los bancos de depósitos su origen. En su faceta de garantes de estabilidad para el Estado, también serían la simiente de los bancos estatales o centrales.[13]
Como conclusión, podemos ver cómo los modelos de la economía de lo que los sajones denominan "Alta Edad Moderna" tuvieron y aún tienen gran influencia en la economía actual. También vemos que algo queda en las relaciones de los poderes económicos y las autoridades civiles o de las actitudes de la población y su visión de instituciones como los bancos. Creo que, tanto de la historia económica como de otras muchas disciplinas, podemos sacar conclusiones valiosas y aprender que el estudio del pasado no ha de ser algo únicamente erudito sino útil para el conjunto de la sociedad.





[1] Cantillon, R., Cantillon’s Essais sur la nature du comerse en genéral, 1755, Londres, 1931, p. 306. Citado en Day, J., The Medieval Market Economy, Oxford, 1987, p. 142.
[2] Day, J., op. cit., pp. 142-149.
[3] Ibídem, p. 144.
[4] Ibídem, p. 145.
[5] De Roover, R., L’évolution de la lettre de change, París, 1953, p. 102. Citado en Day, J., op. cit., pp. 146.
[6] Munro, J. H., The Dawn of Modern Banking, New Haven, 1979, p. 169. Citado en Day, J., op. cit., p. 147.
[7] Day, J., op. cit., pp. 147-149.
[8] Braudel, F., Civilisation matérielle, II, París, 1979, p. 468.
[9] Day, J., op. cit., págs. 150-154.
[10] Ibídem, p. 150. John Day cita la referencia de Adam Smith en su obra The Wealth of Nations.
[11] Ibídem, p. 151.
[12] Ibídem, pp. 152-153.
[13] Ibídem, p. 154.

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