lunes, 24 de noviembre de 2014

Exposición del grupo 4 sobre GELABERT, Juan E., “La fortuna de las ciudades, 1500-1700”

Tanto en la Península Ibérica como en Italia, a lo largo del siglo XVI se produce un gran desarrollo de las ciudades, con un considerable aumento de población de las mismas.

En la época, se entendía que una ciudad era grande si tenía población y poder. Se siguen manteniendo los preceptos teóricos respecto al urbanismo que existían en la Antigüedad para la ubicación de las ciudades: lugares salubres, abundancia de agua y de tierra fértiles, buenas comunicaciones, urbes bien abastecidas… Así mismo, se afirmaba que para atraer población una ciudad ha de contar con instituciones y con personajes ilustres. Estas ideas fueron defendidas por las tratadistas Botero y Von Colli en el siglo XVI. Estos autores además hablan de cómo se debía afrontar el aumento de la población de las ciudades.

Ya en el siglo XVII y XVIII diversos autores se dan cuenta que las ciudades aumentan su población no por el crecimiento vegetativo de las mismas sino por los aportes de población inmigrante por el atractivo laboral y las oportunidades que presentan las urbes para las gentes del mundo rural.
El crecimiento en las ciudades de las monarquías ibéricas en el siglo XV vino en gran parte  debido a la relativa abundancia de oro y plata existente respecto a otros territorios europeos. La tasa de urbanización de Castilla en el XV y en el XVI sólo estaba detrás de Países Bajos e Italia. Por otro lado, el crecimiento de las ciudades estaba directamente relacionado con los periodos de abundancia agrícola.

A principios del siglo XVI la población urbana se concentraba en el triángulo Burgos-Salamanca-Toledo y en Andalucía. Así mismo, hay que destacar la importancia de Cuenca, Valencia, Zaragoza y Barcelona, siendo la ciudad del Turia la más poblada de todas. En la Corona de Aragón se producía una macrocefalia de las ciudades respecto de sus respectivas regiones, mientras que en la Corona de Castilla la población urbana era más uniforme y repartida por el territorio.

El despegue urbano de Castilla en el siglo XV se debió principalmente al comercio de la lana, acompañado de las funciones bancarias, administrativas y la corte itinerante entre distintas poblaciones.

Ya en el siglo XVI hay que tener en cuenta algo que normalmente ha sido despreciado por la historiografía o ha sido tachado como mediocre, la producción manufacturera textil de las ciudades castellanas. Esta no era tan inferior ni tan atrasada como históricamente se ha entendido. No sólo se exportaba lana sino que también se producían telas. Así mismo, la seda era una industria muy importante en Valencia y en Murcia.

Otro elemento que influyó en el crecimiento urbano castellano fue el comercio y las actividades financieras en general. Esto fue muy notable en Andalucía Occidental con el comercio americano, pero también en la fachada mediterránea. Sin embargo, en las costas cantábricas y en el interior de Castilla (especialmente en la Meseta Norte) a partir de 1600 comenzará un periodo de decadencia del comercio de las ciudades, cuyas causas se hunden ya en el siglo XVI con las guerras contra Francia, las bancarrotas de Felipe II, los desajustes en el sistema de ferias castellanas y el establecimiento definitivo de la corte en Madrid. Este declive es especialmente acusado en Medina del Campo y otras ciudades de Castilla la Vieja y en Cuenca.

Andalucía es un caso muy singular en la Corona de Castilla. Esta era la región con la mayor tasa urbana y el mayor número de ciudades, destacando sobre todo las “agrociudades”, ciudades donde la población era mayoritariamente agrícola como Jerez de la Frontera, Andújar, Antequera o Úbeda. Las ciudades andaluzas tenían una gran actividad agrícola, mercantil, industrial y de servicios. No obstante, también comienzan a sufrir una cierta decadencia a partir de 1600 pero aguantándolo mejor que la Castilla meseteña.

En el siglo XVIII, a partir del catastro de Ensenada y del censo de Floridablanca, se puede apreciar que el tradicional vacío urbano de la costa cantábrica comienza a ser ocupado por algunas ciudades y que se produce un gran crecimiento urbano tanto en la fachada mediterránea como en el interior de Andalucía. Por otro lado, se muestra el estancamiento de Extremadura, y la constante pérdida de población de Castilla-La Nueva y Castilla-La Vieja. En este último caso la industria textil nunca terminó de resucitar; los mercantilistas propugnaban como solución en el siglo XVII el cese de las exportaciones de lana para aumentar la producción textil nacional ya que a partir de 1600 se produjo la llegada masiva de telas de Holanda, Inglaterra y Francia.


También hay que añadir que en las ciudades de la Meseta Norte se produjo una reducción drástica de la inmigración ya que las perspectivas de mejora económica para las personas provenientes del campo ya no eran tales; el poder adquisitivo de la población urbana se había visto reducido. Estas ciudades castellanas sufrieron un proceso de agrarización, viéndose notablemente incrementado el peso de las actividades del sector primario. Las ciudades castellanas redujeron drásticamente su peso mercantil tanto a nivel regional como suprarregional.

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