Últimamente el nombre de Canarias
resuena por todos lados. Televisión, radio, prensa. Solo se escuchan noticias
sobre un cercano cambio económico que, sin escuchar a la población, pretende
implantarse a la fuerza. Sin embargo, esta entrada no pretendo que posea
carácter reivindicativo, sino que como canario, quiero que sirva para acercar
un poco más a los orígenes económicos de esta región. Una región que si bien es
pasada muchas veces por alto, por no pertenecer a los territorios peninsulares
ni americanos del en su día Imperio Español, fue clave en el comercio del
Atlántico como puerto de conexión entre América, Europa y África.
La historia económica de Canarias en relación con España es
fácilmente divisible en dos etapas. La primera, una etapa que nace desde los
comienzos de la conquista en 1402 hasta 1852 cuando el ministro de Hacienda y
Presidente del Consejo de Ministros Juan Bravo Murillo establecería los puertos
francos de Canarias. Mientras tanto, la segunda abarcará desde ese punto en
cuestión hasta la actualidad, no obstante, es la primera la que nos compete y
es ésta la que se va a narrar en esta entrada.
En los comienzos de las Canarias españolas, en plenos siglos XV y
XVI, el negocio del azúcar surgiría con una gran rentabilidad debido a las
condiciones climáticas canarias, lo que sirvió para fundar los primeros
mayorazgos e incentivar a los dueños de las tierras costeras. Asimismo, comenzó
a implantarse el cultivo de la vid, sobre todo en las zonas de medianía,
convirtiéndose éste en un producto de asiduo comercio con América. Con esta
característica de beneficio económico, comenzaría desde el siglo XV las
primeras trifulcas por la propiedad de la tierra en una sociedad polarizada de
ricos peninsulares contra esclavos y campesinos pobres.
En el siglo XVII, el principal sector desarrollado fue el de la
vid, auspiciado por la fama internacional que había obtenido esa sepa de vid
canaria llamada ``malvasía´´. De esta manera, barcos provenientes de multitud
de naciones, sobre todo de Inglaterra, paraban en los puertos canarios para
apertrecharse del famoso líquido, con lo cual estos mismos puertos vieron
multiplicados sus beneficios y sus infraestructuras a lo largo del siglo XVII. Fue
tal la fama de este producto, que los comerciantes ingleses de mitad de siglo,
no dudaron, bajo privilegio real, en crear la llamada Compañía de Canarias.
Así, estableciendo su base en la isla de Tenerife, compraban el producto a bajo
precio y posteriormente lo vendían en Londres a un alto precio, convirtiéndose
en uno de los negocios más rentables del Atlántico. No obstante, debido a las
costosas guerras que iría estableciendo España con el tiempo, se produjo una
gran subida de las levas y donativos, lo que arruinó a la compañía inglesa y a
las propias islas Canarias.
De esta manera, el siglo XVIII estuvo especialmente marcado por
una depresión económica que no pudo ser salvada ni con el incremento de campos
de cultivos para la vid. Ahogados en una agricultura que apenas había mejorado
sus infraestructuras y técnicas desde el tiempo de la conquista, y con la caída
del comercio de la caña de azúcar en favor de la proveniente de las Antillas,
se pasó a una agricultura de subsistencia basada en los cereales ordinarios y
la papa. Solamente la creación de las
Sociedades Económicas de Amigos del País en Gran Canaria, Tenerife y La Palma,
conseguirían dar algún impulso a la economía canaria, aunque solo se verían sus
principales efectos en el siglo XIX. Sería este nuevo siglo el que
revitalizaría a Canarias como punto de conexión entre los tres continentes y
como enclave comercial a nivel internacional, conformándose en torno a la
ciudad de Santa Cruz de Tenerife un puerto económico en auge por su aduana, así
como por la centralización en la zona de instituciones diplomáticas, políticas,
militares y marítimas. Por el contrario, en la isla de Gran Canaria, su
Sociedad Económica cerraría sus puertas y el muelle principal sería pronto
abandonado, sin darse cuenta los lugareños del gran beneficio económico que les
traería pocos años después con la denominación de puerto franco en la isla.
Este último momento se convertiría en el verdadero auge de Canarias, recobrando
su importancia como una de las zonas de mayor tránsito marítimo del Atlántico.
Saliéndonos un tanto de la índole cronológica, es factible señalar
como uno de los puntos de mayor importancia del comercio canario, a su relación
con la Península Ibérica, pues debido a ésta a lo largo de los siglos se
establecerían disputas entre la libertad de comercio que solicitaban las islas
y el proteccionismo que se planteaba desde la capital del reino. Estas disputas
se remontan a tiempos de Carlos V, quien dotó a Canarias de libertad para
comerciar con América, que no obstante sería revocada por Felipe II, quien se
había dejado influenciar por las instituciones económicas gaditanas. Posteriormente,
se recuperarán libertades, que en 1611 serán nuevamente tachadas por Felipe III
prohibiéndose el comercio con las Indias. Pese a que esta sentencia durará poco
en legitimidad, será Felipe IV quien en 1649, mediante una Real Cédula,
prohibirá de nuevo este tipo de comercio. Solamente la intervención de Juan
Francisco Franchy, regidor de Tenerife, otorgará un plazo de comercio con
América, que de nuevo volverá a ser suspendido por Felipe V, incluso limitando
la cantidad de exportaciones que podían ser llevadas desde Canarias. Si bien la
angustiosa situación canaria fruto de esta ordenanza era grave, mayor lo fue al
permitirse comerciar a todos los puertos españoles con América excepto a los
canarios. Solamente la entrada al gobierno de Bravo Murillo, que convertiría a
Canarias en puertos francos, salvaría de la miseria a las poblaciones isleñas y
daría un vuelco a la economía canaria. De esta manera, es fácilmente
comprensible como la economía canaria ha estado marcada por la voluntad
peninsular, creando épocas de bonanza cuando existía el libre comercio y épocas
de penurias cuando se inclinaban las políticas hacia el proteccionismo.
En conclusión, es fácil detectar los factores que en muchos casos
marcaba la suerte de las islas. Entre ellos destacan: su singularidad como
enclave intercontinental, su relación económica favorable con las potencias
extranjeras y la situación de opresión que muchas veces procedía desde la
capital del reino y que generaba tal atraso y aislamiento económico en las
islas que forzaba a la emigración de canarios a cambio de la llegada de
emigrantes españoles y africanos. Sin embargo, hay que destacar que estas características
corresponden explícitamente a la primera etapa, pues el crecimiento económico
experimentado en Canarias a partir de mitad del siglo XIX se convirtió en algo
espectacular, solo comparable a los posteriores beneficios del turismo del
siglo XX.
BIBLIOGRAFÍA:
·
MATEO DÍAZ, J.: Esquema de Historia Económica de las Islas
Canarias, Madrid, Ediciones Idea, 2009.
·
MORALES PADRÓN, F.
(Director): Historia de Canarias: vol. 2,
siglos XVI-XVII, Valencia, Prensa Ibérica, 1991.
Efectivamente, Canarias constituía un puerto muy importante dentro de las redes de comercio internacionales. Los genoveses, principalmente, sabría cómo gestionar esta realidad.
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