LA ECONOMÍA DE CARLOS III. 1ª
PARTE.
INTRODUCCIÓN
Al
principio del reinado de Carlos III éste estuvo muy influenciado por la
corriente existente de lo que se dio en llamar arbitrismo y proyectismo[1] de
la escuela de Salamanca cuyas pautas venían dominando en Europa y en la
política económica de los borbones y por supuesto de España. Sin embargo
durante el reinado del hermano de Fernando VI la prioridad según él mismo
declara pasa a ser la reconstrucción y desarrollo de la agricultura impulsada
por la creciente influencia de la fisiocracia francesa y por los avances
científicos que habían desarrollado los ingleses en el cultivo de la tierra. [2]
Con ello se pensaba en una mayor producción agraria pero a su vez para ello
había que conseguir la eliminación de trabas institucionales, por ejemplo los
peajes y los precios marcados por el gobierno. Según relata Domínguez Ortiz en
su monografía sobre Carlos III la actuación del gobierno en la aplicación de
estas novedosas y en principio ventajosas leyes se vio impedida de manera
mayestática por los continuos y desmesurados cruces de acusaciones que se
vertían entre nobles y jornaleros, entre jornaleros y labradores, los
labradores con los ganaderos y viceversa y así hasta la saciedad conformando un
cuadro en el que resultaba imposible una actuación equitativa y justa por parte
del estado[3].
También hay que tener en cuenta que
otro de los ejes sobre los que basó su reforma económica Carlos III fue sobre
la gestión de los recursos que llegaban de las indias, así a finales de la
década de los años 50´s del siglo XVIII los ingresos regios suponían alrededor
de 489 millones de reales de los cuales “sólo” 360 millones provenían de
fuentes ordinarias peninsulares, incluyendo impuestos de aduanas y otros de
Andalucía, sin embargo esta situación se vería visiblemente modificada cuando
ya en la década de los 80´s de ese mismo siglo los ingresos provenientes de las
américas suponían el 45 % del total real cuando treinta años antes habían sido
de apenas un 25 %.[4]
Se pasa de una horquilla que algunos sitúan entre los cinco y los nueve
millones y medio de individuos en el período 1712-1717 a los once millones y
medio de almas de 1797. Sin embargo es preciso señalar que según el censo de Campoflorido
la cifra más aceptada es la de siete millones y medio para 1715, es decir que
según estos datos la población se habría incrementado en cuatro millones de
personas o lo que es igual, en un porcentaje de aproximadamente un cincuenta
por ciento. Con esta cifra nada desdeñable sin embargo debemos mantener ciertas
reservas sobre la fiabilidad de las fuentes y las mediciones.[5]
También en consonancia con lo que se estilaba en aquel momento en el resto de
Europa. Los nombres que hicieron posible el tímido intento de reformas (más
confiados y defensores a ultranza de él al principio) fueron los de Campomanes,
Floridablanca, Olavide, Sïsternes y sobre todo Jovellanos, amén de las
sociedades de amigos del país. [6]
LA HACIENDA EN TIEMPOS DE CARLOS
III
Como precedente a la figura fiscal
de la Hacienda Pública, o precedente de lo que se podría considerar como tal, desde
1749 se impondría el llamado catastro de Ensenada en 22 provincias por el cual
se impondría un gravamen a los castellanos, basado en su riqueza individual y
que incluiría también a los eclesiásticos. Este expediente habría de esperar
hasta 1770. Las rentas provinciales fueron suprimidas se quitó el gravamen del
14 por ciento y la sala de Millones del consejo de Hacienda. Hacia 1785-87 se
creó un impuesto sobre los “frutos civiles” que eran los alquileres de casas,
rentas inmobiliarias, censos, derechos jurisdiccionales. Desde 1722 hasta 1807
la hacienda real triplicó sus ingresos. En 1763 España era el tercer país
recaudando fondos tras Francia y gran Bretaña con 131,8 millones de libras
tornesas.
En cuanto a los gastos sólo hay
datos seguros para antes de Carlos III, entre 1722 y 1760. Pero es evidente que
el saldo es negativo hasta el caos financiero de 1793 por el estrangulamiento
al que sometía a la economía el gasto bélico. Con estos crecientes niveles
impositivos, a Carlos III solo le quedó la vía de la deuda pública para
financiarse. [7]
Por mediación del financiero Cabarrús en 1780 Carlos III ordenó la emisión de
casi 150.000.000 de reales de vellón en forma de títulos negociables a veinte
años y al 4 por ciento. Al año siguiente y al otro se realizaron nuevas
emisiones. No sería hasta diez años después de la muerte del rey cuando se
descubriese trágicamente que aquellos vales se habían depreciado hasta casi la
calificación podríamos decir hoy en día, de bonos basura. No era algo que se
saliese de los cálculos que estas emisiones en realidad no eran más que huidas
hacia delante, hacia un pozo sin fondo por lo que en 1782 se crea el
Banco Nacional de San
Carlos con un capital cuore de 300 millones de reales
emitidos en acciones a dos mil reales aunque su colocación fue morosa hasta
1785. En los años siguientes se constataría la devaluación de los intereses
ofrecidos en principio desde el 7,25 por ciento hasta 1788, un 4,75 hasta 1798.
Con este panorama es fácil soslayar que en sucesivos años estas acciones fueran
cayendo en una progresiva de pauperización que lastró sobre manera el
desarrollo financiero del estado. [8]
[1] www.um.es http://www.um.es/tonosdigital/znum20/secciones/estudios-23-non_plus_ultra.htm [Consultado 10-10-2014]
[2] VARIOS, Actas del congreso internacional sobre
Carlos III y la ilustración, vol. II, Ministerio de Cultura, Madrid 1989,
p. 140.
[3]
DOMÍNGUEZ ORTIZ, Antonio, Carlos III y la
España de la ilustración, Alianza editorial, Madrid, 1988, p. 128
[4] RINGROSE
R, David, España 1700-1900: el mito del
fracaso; Alianza Universidad, Madrid 1996; p. 138-9.
[5] Ibidem,
pp. 111
[6] PÉREZ
ESTÉVEZ, Rosa María, La España de la
ilustración, Madrid, Editorial Actas, 2002, p. 35
[7] GARCÍA
CÁRCEL, Ricardo, Historia de España siglo
XVIII, la España de los Borbones, Madrid, Cátedra, 2002, p. 310
[8] Ibídem,
p. 312
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