En el siglo XVII, Portugal y España se encontraban incapaces de
realizar el inmenso esfuerzo que debían hacer para prestar atención a sus
numerosas posesiones. Por una parte, Portugal era una nación pequeña con una
política de exclusivismo absoluto para el comercio de la navegación, con lo que
mantenía unos monopolios de Estado que duraron hasta su anexión en 1580 por
parte de España. De esta manera, Portugal aceptaba el capital extranjero como
el de los banqueros alemanes, pero rechazaba el internamiento extranjero en sus
negocios más allá de lo necesario. Por otra parte, España aún era la primera
potencia europea económicamente y políticamente. Su poder económico se basaba
en la explotación del Nuevo Mundo, su próspera agricultura e industria heredada
de los musulmanes, y su dominante flota. No obstante, España también poseía un
exclusivismo destructor basado en el orgullo nacional, la intolerancia católica
y el hábito de la supremacía. Ello le causaba consecuentes conflictos
diplomáticos, religiosos y dinásticos, la disminución de una población
ampliamente esparcida, la pérdida de importancia de las ferias de Castilla y de
los metales preciosos españoles, la disminución de las construcciones de navíos
mercantes, así como la destrucción de la Armada Invencible en 1588. Esta
situación manifestó la imposibilidad española para sostener su carga colonial y
contener las ansias de extensión de Holanda, Inglaterra y Francia, que más
tarde dominarían los mares.
La asociación comercial había existido siempre, aunque tan
limitada como para que en el siglo XVI no se constituyeran asociaciones de
capitales sino de personas. No obstante, todo esto comenzó a cambiar, y las
grandes compañías proliferaron a comienzos del siglo XVII. Así, en Inglaterra
surgió la primera compañía en 1599 bajo el título de ``Sociedad de comerciantes
de Londres para el tráfico con las Indias Orientales´´, aunque la preponderante
hasta 1660 sería la ``Compañía holandesa de las Indias Orientales´´ creada en
1602. Previamente, los holandeses del siglo XVI no habían seguido los pasos de
españoles y portugueses, sino que se habían conformado con viajes hasta Cádiz o
Lisboa para apertrecharse de especias y otras mercancías que eran vendidas
luego en Amberes, estación de término para el tráfico internacional desde la
India y América.
Los hechos decisivos que cambiaron el modelo holandés se dieron en
el último cuarto del siglo XVI. El primero de ellos se dio cuando, los Países
Bajos, tiranizados por Felipe II y el duque de Alba se amotinaron. Las
provincias del norte lograron la independencia y se aunaron en una federación,
separándose de Amberes y los territorios del sur. Como consecuencia, se les
negó el acceso a Cádiz y Lisboa, poniendo fin al comercio con estas dos zonas.
Asimismo, este hecho, sumado al éxito de la expedición de Cornelio de Houtman,
lanzaron a los holandeses a descubrir las nuevas rutas del mundo. De esta
manera, los Estados Generales de la Haya propusieron la creación de una
compañía única, que se estableció en 1602 como ``Compañía de las Indias
Orientales´´. Su capital ascendió a casi 7 millones de florines, en acciones de
3.000 florines, suscritas por las cámaras provinciales, en las que cada una
solicitó un número de cargos en la compañía en relación proporcional a su
aportación económica. El privilegio de la Compañía le fue concedido por veinte
años, se le confirió el derecho exclusivo de navegación al este del Cabo de
Buena Esperanza y al oeste del estrecho de Magallanes y se le otorgó la
facultad de comportarse como una potencia soberana, poseyendo marina de guerra,
ejército, y poderes para declarar guerras, firmar tratados de paz, nombrar al
Gobernador General de las Indias y acuñar moneda propia, entre otros
privilegios. A cambio, se le solicitaba el juramento de fidelidad a la
República, una parte de sus beneficios y un arbitrio del 3% sobre todas las
mercancías exportadas a la India.
A partir de 1605, los establecimientos holandeses de Java y las
Molucas se libraron del monopolio portugués permitiendo el progresivo reparto
de ganancias hasta el 75%, que generó un tipo de interés medio situado entre el
25% y el 30 %. La Compañía se centro en intereses puramente comercial, sin
intentar la fundación de colonias más allá de lo necesario, no incitando al
tránsito de colonias, aunque el trato que profesaron a los indígenas muchas
veces fue igual de cruel que el de las grandes potencias colonizadoras, pero solo
con el fin de instalar sus monopolios. En 1609 fue designado el primer gobernador
Pedro Both, y al año siguiente se iniciaron las hostilidades con la competencia
inglesa, que, no obstante, llegaron a buen puerto gracias a la intervención del
almirante Wybrand Van Warwick. Gracias a ello, se cercenó parte del comercio
español y portugués, así como los holandeses se conformaron en la única
potencia que comerciaba con Japón en 1616. El tercer gobernador, el audaz Jan
Pieterz Koen, al no llegar a acuerdos con el emperador de Jacatra, el príncipe
más poderoso de las islas malayas, arrasó la zona destruyendo la capital sobre
la que en 1619 se levantaría Batavia. Gracias a este cúmulo de fortunios, en su
primer balance de 1623, el beneficio neto alcanzaba a más de 29 millones de
florines. Pese a ello, la expansión de la compañía prosiguió de manera que: en
1619 redactó un tratado amistoso con la Compañía inglesa, descubrió nuevos
territorios como Nueva Holanda o Nueva Zelanda, logró la expulsión de los
portugueses de Malaca y Colombo en 1640 y terminó por tomar el eje de la unión
de Europa y Asia con la conquista de El Cabo en 1652.
En el apogeo de su prosperidad comercial, el gobierno les hacía
pagar sus privilegios a un precio cada vez más elevado, que la Compañía
financiaba mediante la Bolsa de Amberes, quien le concedía enormes facilidades
para obtener liquidez. Sin embargo, ello suponía también una gran facilidad
para adquirir deudas y la dura competencia que a partir de 1661 supusieron las
compañías francesas e inglesas, fue minando el poder de la Compañía holandesa.
Así, comenzó a sufrir desequilibrios financieros y, a lo largo del siglo XVIII,
su activo disminuyó, su pasivo aumentó, y sus posesiones territoriales le
fueron arrebatadas por los ingleses, que también asolaban los Países Bajos europeos.
De esta manera, el activo de la compañía alcanzó los 15 millones de florines,
mientras su pasivo se alzaba hasta los 128 millones de florines. La compañía
estaba en la más profunda ruina y en 1794 se puso totalmente fin a sus
andaduras por los mares.
BIBLIOGRAFÍA
·
BARNOUW, A.J.: Breve historia de Holanda, Buenos Aires,
Editorial Espasa-Calpe, 1951.
·
COLLING, A.: Historia de la Banca. De Babilonia a Wall
Street, Barcelona, Ediciones Zeus, 1965.
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