El ejército de Flandes: recursos financieros
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PARKER, G., “Los recursos financieros” en El ejército de Flandes y el Camino Español. 1567-1659. Madrid,
Alianza Editorial, 1985.
El objetivo de Felipe II en su lucha en
Flandes siempre fue sofocar cuanto antes la revuelta que estalla en Países
Bajos en 1568, pero también conseguir un auténtico “milagro económico”: que los
territorios de Flandes fueran capaces de sufragar de forma autónoma sus propios
gastos de defensa y gobierno. Al estallar la guerra que finalmente se haría tan
larga y costosa para la Monarquía Hispánica, el objetivo de Felipe II se
convertiría, como veremos, en un imposible.
Desde 1559, cuando los estados provinciales
de Países Bajos se negaron a hacer frente solos a sus gastos de gobierno, Felipe
II no cesó de enviar dinero anualmente a su hermana Margarita de Parma, regente
de los Países Bajos; sin embargo, uno de los encargos que recibiría el duque de
Alba al ser enviado a Flandes sería conseguir frenar esta sangría de dinero que
se fugaba año tras año de las arcas de la Hacienda hispánica.
Pronto el duque de Alba se pondría a la tarea
de intentar conseguir financiación para el Ejército: en 1569 los estados
provinciales votaron tres nuevos impuestos conocidos como el centésimo, el
vigésimo y el décimo[1].
De estos tres impuestos, sólo el primero fue aprobado sin problema; los otros
dos, por su naturaleza considerada injusta, no pudieron ser sacados adelante y
Alba tuvo que conformarse con aceptar en su lugar el tradicional subsidio, de
cuatro millones de florines a pagar en dos años.
A pesar de que estos impuestos y los
subsidios supusieron pingües beneficios para las cuentas del Ejército español,
no fueron en absoluto suficientes para cubrir los gastos derivados del
enfrentamiento con Guillermo de Orange en 1568. La autofinanciación de los
Países Bajos y su ejército estaban lejos de conseguirse, mucho menos cuando
Felipe II tenía muchos otros frentes abiertos en las fronteras de su vasto
imperio. Ante esta situación, Alba tuvo que activar de nuevo la aprobación del
vigésimo y el décimo, medidas que resultaron muy impopulares y que por primera
vez levantaron al pueblo a simpatizar con la causa de los Orange.
A pesar de todo, el duque de Alba consiguió
el “milagro” de que durante 1570 y 1571 los territorios de Flandes pudieran
financiar sus propios gastos, sin embargo, las nuevas invasiones de 1572 de
nuevo revirtieron la situación, y Países Bajos volvió a convertirse en el
principal punto de fuga de capital del Imperio Español; un capital que además,
dependía casi exclusivamente de la plata y el oro que llegaban de las Indias.
Mientras tanto, el ejército saqueaba y
sometía a pillaje indiscriminado a las poblaciones, un pillaje que debía ser
controlado por los oficiales y descontado de la tributación de impuestos que
debían pagar éstas; algo que en la práctica no se aplicaba con la regularidad
establecida.
El sistema hubo de cambiar cuando en 1574 se
abre un segundo frente al mando de Luis de Nassau contra la Monarquía
Hispánica; a partir de este momento, el capitán general Luis de Requesens
establecería un sistema contributivo más racional y equitativo para las
provincias de los Países Bajos; mediante la acción de comisarios destinados a
las distintas provincias, se fijaba la contribución correspondiente a cada una
de forma mensual, distribuyéndose ese dinero entre las tropas de cada región[2].
Por su parte, el Imperio español disponía de
otras formas de financiación que le permitían sostener muy precariamente el
gran número de campañas a las que debía enfrentarse, especialmente en el
Mediterráneo. La campaña en los Países Bajos no era la prioridad o al menos la
única prioridad, y dependiendo del resultado del resto de frentes abiertos
éstos recibirían más o menos ingresos. La política exterior de Felipe II sólo
pudo ser sostenible gracias a los recursos de la Hacienda de Castilla; sin
embargo, los recursos castellanos no eran suficientes para financiar los
altísimos costes militares, que se incrementaron exponencialmente con la
rebelión de Flandes.
Por ello, la Hacienda hispánica hubo de
servirse de otros instrumentos de financiación como los “asientos”[3],
acordados con comerciantes bien en España, bien directamente en los Países
Bajos; por lo que la Corona hispánica tuvo que adaptarse al juego de transacciones
que el mundo de los mercaderes y comerciantes podía ofrecerle. Los juros, es
decir, los bonos de deuda pública, constituían otra de las herramientas para la
obtención de ingresos de la Corona; implicaban un tipo de deuda más estable,
una inversión a largo plazo por la que se obtenía un moderado interés y que en
muchas ocasiones, tuvieron que ser aceptados por los comerciantes si querían recuperar
lo que ya habían prestado a la Hacienda.
Si esto no era suficiente, siempre se podía
recurrir a la solución del decreto de bancarrota, tal y como Felipe II hizo en
varias ocasiones; mediante estas declaraciones de bancarrota, los empréstitos
de la Hacienda real quedaban congelados hasta que se pudiera hacer frente de
nuevo a las deudas adquiridas. Como vemos, el éxito del ejército de Flandes
dependía casi exclusivamente de la capacidad de la Monarquía para recaudar
ingresos de donde fuera, ya que la autofinanciación de la zona como hemos
visto, era imposible. Pronto, esta se convertiría en una ardua tarea.
[1]
El centésimo gravaba el 1 por 100 de todas las rentas; el vigésimo, el 5 por
100 de todas las ventas de bienes inmuebles, mientras que el décimo, era una
especie de impuesto sobre el consumo en el que se gravaba el 10 por 100 de
todas las ventas de bienes muebles y exportaciones; en PARKER, G., El ejército de Flandes y el Camino Español.
1567-1659. Madrid, Alianza Editorial, 1985, p. 178.
[3]
Mediante los asientos, los
comerciantes se comprometían a proporcionar una cantidad de dinero determinada,
y luego eran devueltos normalmente en las ferias que anualmente se celebraban
en las ciudades más importantes como Medina del Campo o Amberes… Ibid. p. 185-186.
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