En la historia siempre hay paradojas llamativas. En los
siglos XVI y XVII el oro y plata, en su mayor parte de América, llegaban de
manera continua a Europa nutriendo los flujos de circulación de monedas. Si
bien, existía una incesante queja acerca de la escasez de dinero “bueno”[i]. La razón de estas quejas se debía a varios
factores. Por un lado esta entrada de cantidades masivas de metales preciosos
propició la devaluación del precio y la inflación de los precios[ii]. Fruto
de ello, las monedas de mayor valor se atesoraban y, ante la escasez de
circulante, se utilizaban piezas de valor real muy reducido o incluso carentes
de metales preciosos. Esta situación fue alertada por el consejero de la reina
Isabel I de Inglaterra, Sir Thomas Gresham, quien enunció la ley que lleva su
nombre. La “ley de Gresham” era el principio por el cual, en una situación en
la que circulan a la par dos tipos de monedas de curso legal, una se suele
apreciar como mala y, por tanto, es la que se usa en el mercado corriente, y la
otra como buena, por ello se atesora para el momento que aumente su valor real
o para fundirla.
Fueron los Estados europeos los que alentaron en muchos casos
la escasez de monedas de gran valor. Para hacer frente a las obligaciones de las
guerras se empezaron a acuñar cantidades ingentes de monedas de cobre con muy
poca cantidad de plata o ninguna, como es el caso del vellón en Castilla en los
reinados de Felipe III y Felipe IV, llegándose incluso a manipular el valor de
la moneda. Las progresivas devaluaciones y la inflación generada por esta
estrategia monetaria revirtieron en una pérdida de poder adquisitivo. Del mismo
modo, se instituyó una doble circulación. El oro y la plata quedaron para las
transacciones y negocios con el extranjero, entre los cuales estaba el pago de
las deudas, mientras que el vellón fue la moneda para las transacciones
corrientes[iii]. No
fue algo exclusivo de la Península Ibérica. En el Sacro Imperio, Polonia o los
cantones suizos se produjo la crisis monetaria conocida como Kipper-und-Wipperzeit, o lo que es lo
mismo, el recorte y la báscula. Para
hacer frente a los gastos de la Guerra de los Treinta Años, similar argumento
al de los monarcas españoles[iv], los
príncipes promovieron la retirada de moneda en circulación para refundirla,
disminuir su ley y aumentar su valor nominal[v]. Con
estos procedimientos desaparecía el dinero bueno y quedaba en circulación una
moneda devaluada para hacer frente a unos precios que se disparaban.
Las turbulencias en los mercados durante el siglo XVII se
debieron en gran medida a la escasez del dinero bueno. Los metales preciosos,
más la plata que el oro, pasaban de unas manos a otras y fluían en el
continente, pero la cantidad de dinero no creció al mismo ritmo que lo hicieron
la población, las manufacturas y el comercio. Además hay que contar con el
saldo negativo en el comercio de ultramar, ya que gran parte de los metales
preciosos se colaban por el agujero de las Indias Orientales. Entre los siglos
XVI y XVIII más de una tercera parte del oro y plata extraídos fluyeron de
Europa a Asia en los intercambios comerciales[vi], aunque
la tendencia fue a reducir los porcentajes desde mediados del XVII[vii]. Obviamente,
el otro gran agujero en el que se desperdiciaban las reservas de oro y plata fue
en las distintas guerras a las que se lanzaban los soberanos.
Lo que demostraba esta situación es que Europa había crecido
por encima del sistema monetario de origen bajomedieval. Los metales preciosos
dejaban de cumplir la función primordial de medio universal de pago. Para
atender a las cada vez mayores necesidades comerciales se precisaba de medios
de pago menos rígidos[viii]. Las
letras de cambio, ya utilizadas desde la Baja Edad Media, fueron el instrumento
de crédito principal para hacer frente a esta escasez. Al principio las letras
de pago eran un instrumento rígido, pero desde el XVI, para amoldarse a las nuevas
necesidades financieras y comerciales, se extendió la negociabilidad de las mismas.
Las letras podían ser ahora descontadas y endosadas, generando una corriente de
capital que afectó especialmente a las grandes urbes financieras como Ámsterdam
y Hamburgo. En buena medida habían sustituido a la moneda como instrumentos de
pago[ix].
La generalización de las letras de cambio fue un proceso
paralelo y relacionado con otros perfeccionamientos del sistema financiero. Más
que necesaria fue la institucionalización de grandes bancas privadas. Las más
importantes fueron el Wisselbank de
Ámsterdam, el Banco de Hamburgo y el Banco de Amberes, todos ellos siguiendo el
modelo de las bancas italianas. El siguiente paso fue la fundación de entidades
nacionales o públicas.
El Banco de Estocolmo, fundado en 1656 por un holandés,
siendo una entidad privada fue la primera en emitir papel moneda en 1661, una
prerrogativa real que duraría por treinta años. La realidad es que esta emisión
de billetes se debía al enorme tamaño y peso de las monedas de cobre suecas,
cuyos valores más altos llegaban a pesar varios kilos[x]. Los
billetes eran pagarés, un medio muy extendido en los países de la vieja Hansa,
que equivalían a determinada cantidad de táleros de cobre. La excesiva
concesión de estos billetes por la alta demanda generó la imposibilidad de satisfacer
los canjes. Ante esta situación el banco cerró en 1664 y los parlamentarios
suecos promovieron la creación del Banco de Suecia en 1668, pero no volvieron a
emitir billetes para evitar una experiencia similar[xi].
En Londres el sistema de papel-moneda funcionaba gracias a
los orfebres de la ciudad, que hacían las de banqueros y acreedores de la Corona.
En 1694 se fundó el Banco de Inglaterra, para evitar la dependencia de este
sector y obtener financiación para la guerra con Francia. El Banco era una
entidad privada, pero obtuvo la prerrogativa de emitir billetes, desplazando al
papel-moneda de los orfebres. De este modo fue asumiendo las funciones de un
banco nacional al servicio del Parlamento. El Banco de Inglaterra expendió una
cantidad limitada de billetes, que más que sustituir a la moneda como medio de
pago, sirvieron de complemento para los negocios[xii]. Tuvo
un éxito donde fracasaron el resto, ya que siempre pudo cumplir con los
compromisos de pago[xiii].
También en Francia se emitieron billetes. Allí fue por el
influjo de John Law, un economista escocés que fundó en 1716 el Banque Generale[xiv]
para poner en marcha algunas de sus teorías. El resultado fue un desastre. Los
competidores financieros de la capital francesa sabotearon el proyecto de Law,
que para hacer frente a los pagos emitió una ingente cantidad de billetes que pronto
superaron en valor (2800 millones) la reserva de metales preciosos disponible
en el banco (49 millones). La obligada devaluación de los billetes obligó a la
clausura del banco y la huida de Law en 1720[xv].
[i] SCHULTZ,
Helga. Historia económica de Europa,
1500-1800. Artesanos mercaderes y banqueros. Madrid, Siglo XXI de España
Editores, 2001, p. 173.
[ii] En los
últimos años se revalúa el impacto de las importaciones de plata y oro de
ultramar en el alza o “revolución de los precios”, aduciendo que éste fue un
fenómeno exclusivo de la Península Ibérica. Véase SCHULTZ, H. op. cit., pp. 175-176; o PLA ALBEROLA,
P. “Crecimiento demográfico y expansión económica” en Alfredo Floristán, Historia Moderna Universal, Barcelona,
Ariel, 2013, pp. 263-264.
[iii]
MORINEAU, Michel. “Destrucciones, transferencias y mutaciones” en Pierre Deyon
y Jean Jaquart (dir.) Historia económica
y social del mundo 2: El crecimiento indeciso (1580-1730), Madrid,
Ediciones Encuentro, pp. 162-163.
[iv] Esto
demuestra como la “razón de Estado” se había instalado como principio imperante
en la política de los soberanos.
[v] MORINEAU, M. op. cit., p. 163.
[vi] SCHULTZ, H. op. cit., p. 176.
[vii] Para
entonces las compañías se habían insertado en las redes interregionales de
Asia, haciendo de este comercio menos dependiente de los metales preciosos.
[viii] SCHULTZ, H. op. cit., p. 177.
[ix] VRIES,
Jan de. La economía de Europa en un
periodo de crisis. 1600-1750. Madrid, Ediciones Cátedra, 1979, pp. 229-230;
y SCHULTZ, H. op. cit., p. 177-178.
[x] VRIES, J. op. cit., p. 232; y SCHULTZ, H.
op. cit., p. 181.
[xi] SCHULTZ, H. op. cit., p. 181.
[xii] SCHULTZ, H. op. cit., p. 184.
[xiii] VRIES, J. op. cit., p. 234.
[xiv]
Renombrado en 1718 como Banque Royale.
[xv] SCHULTZ, H. op. cit., p. 181-182.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminar