domingo, 4 de enero de 2015

Empresarias capitalistas en la edad moderna

El naciente mundo capitalista ofreció una pequeña oportunidad para las mujeres de las élites urbanas. El contexto inicial de este nuevo periodo había sido el mundo de la mujer: la familia. El éxito de la nueva economía capitalista se basaba en las capacidades intelectuales y en la personalidad propia, en el aprovechamiento de las oportunidades. En teoría, no guardaba ninguna relación con el sexo. Las viudas pudieron gozar de la oportunidad de destacar y ejercer el poder. Como matriarca, una viuda gozaba de cierta posición dentro de la familia. Y lo más importante, tenía acceso al capital, pero este acceso al capital o a la renta de las propiedades era para asegurar su manutención.

En estos siglos evolucionó la costumbre de que la mujer de la ciudad recibiese su herencia en metálico. Entre esto y el derecho a administrar la propiedad de su marido en su propio nombre o en el de sus hijos, hacían de una viuda una persona valiosa en el capitalismo mercantil.

Las viudas podían legar su dinero a sus hijas y nietas en vez de a los varones. En el peor de los casos, si la mujer volvía a contraer matrimonio, un nuevo marido controlaría los negocios y los hijos nacidos de la nueva unión constituirían una amenaza para los derechos de herencia de los hijos del primer matrimonio. Todo ello significaría el traspase del patrimonio familiar a manos de otros. Para prevenir semejante disminución, desde finales del siglo XIII, los hombres de las ciudades protegieron a sus viudas con restricciones, primero en sus testamentos y después en sus ordenanzas.

No obstante, cuando una mujer no volvía a casarse, los archivos de la ciudad muestran el empuje y la energía de algunas viudas que demostraron ser dignas competidoras de comerciantes y manufactureros. El modelo de matrimonio entre la élite, un hombre mayor con una mujer joven, facilitaba que las viudas fueran relativamente jóvenes, lo que contribuía a que la mujer se convirtiese en cabeza de familia y gozase de mayor independencia. La mayoría de las mujeres cabeza de familia eran viudas.

Sin embargo, pese a las circunstancias económicas favorables, estas mujeres no aprovecharon las oportunidades que se les presentaban. Nunca fueron dirigentes o fundadoras de las grandes dinastías comerciales por derecho propio, las mujeres prefirieron actuar como guardianas. No cuestionaron el hecho de la dominación masculina ni desafiaron, en modo alguno, las leyes, instituciones y actitudes que alimentaban su subordinación al hombre.

Las mujeres de las grandes familias mercantiles italianas y alemanas planearon, trabajaron, amasaron y protegieron una fortuna familiar solo para ponerla en manos de otros hombres de la familia. Mujeres como Alessandra Strozzi, Lucrecia de Médicis y Barbara Fugger, todas ellas empresarias de fortuna, continuaron siendo fieles esposas y madres.

Las cartas, los libros de contabilidad de los años en que ellas administraron los negocios de la familia, sus memorias, demuestran que, en última instancia, ellas se consideraban a sí mismas guardianas y, en último término, sus responsabilidades eran hacia los hombres de sus familias. Actuar de otro modo, verse a sí mismas en cualquier otro cometido habría supuesto ir en contra de todo lo que les habían enseñado sus leyes, su religión y su educación. Al adquirir el poder por el que competían los hombres negaron su importancia y lo cedieron. Hacer otra cosa hubiera sido rebelión y para la mayoría de las mujeres la rebelión era algo inconcebible.

Bibliografía:

-Anderson S., Bonnie y Zinsser P., Judith, Historia de las mujeres: Una historia propia, Crítica, Barcelona, 1991.

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