domingo, 11 de enero de 2015

La escasez de dinero, las letras de cambio, la banca central y la invención del papel moneda

En la historia siempre hay paradojas llamativas. En los siglos XVI y XVII el oro y plata, en su mayor parte de América, llegaban de manera continua a Europa nutriendo los flujos de circulación de monedas. Si bien, existía una incesante queja acerca de la escasez de dinero “bueno”[i].  La razón de estas quejas se debía a varios factores. Por un lado esta entrada de cantidades masivas de metales preciosos propició la devaluación del precio y la inflación de los precios[ii]. Fruto de ello, las monedas de mayor valor se atesoraban y, ante la escasez de circulante, se utilizaban piezas de valor real muy reducido o incluso carentes de metales preciosos. Esta situación fue alertada por el consejero de la reina Isabel I de Inglaterra, Sir Thomas Gresham, quien enunció la ley que lleva su nombre. La “ley de Gresham” era el principio por el cual, en una situación en la que circulan a la par dos tipos de monedas de curso legal, una se suele apreciar como mala y, por tanto, es la que se usa en el mercado corriente, y la otra como buena, por ello se atesora para el momento que aumente su valor real o para fundirla.

Fueron los Estados europeos los que alentaron en muchos casos la escasez de monedas de gran valor. Para hacer frente a las obligaciones de las guerras se empezaron a acuñar cantidades ingentes de monedas de cobre con muy poca cantidad de plata o ninguna, como es el caso del vellón en Castilla en los reinados de Felipe III y Felipe IV, llegándose incluso a manipular el valor de la moneda. Las progresivas devaluaciones y la inflación generada por esta estrategia monetaria revirtieron en una pérdida de poder adquisitivo. Del mismo modo, se instituyó una doble circulación. El oro y la plata quedaron para las transacciones y negocios con el extranjero, entre los cuales estaba el pago de las deudas, mientras que el vellón fue la moneda para las transacciones corrientes[iii]. No fue algo exclusivo de la Península Ibérica. En el Sacro Imperio, Polonia o los cantones suizos se produjo la crisis monetaria conocida como Kipper-und-Wipperzeit, o lo que es lo mismo, el recorte y la báscula. Para hacer frente a los gastos de la Guerra de los Treinta Años, similar argumento al de los monarcas españoles[iv], los príncipes promovieron la retirada de moneda en circulación para refundirla, disminuir su ley y aumentar su valor nominal[v]. Con estos procedimientos desaparecía el dinero bueno y quedaba en circulación una moneda devaluada para hacer frente a unos precios que se disparaban.

Las turbulencias en los mercados durante el siglo XVII se debieron en gran medida a la escasez del dinero bueno. Los metales preciosos, más la plata que el oro, pasaban de unas manos a otras y fluían en el continente, pero la cantidad de dinero no creció al mismo ritmo que lo hicieron la población, las manufacturas y el comercio. Además hay que contar con el saldo negativo en el comercio de ultramar, ya que gran parte de los metales preciosos se colaban por el agujero de las Indias Orientales. Entre los siglos XVI y XVIII más de una tercera parte del oro y plata extraídos fluyeron de Europa a Asia en los intercambios comerciales[vi], aunque la tendencia fue a reducir los porcentajes desde mediados del XVII[vii]. Obviamente, el otro gran agujero en el que se desperdiciaban las reservas de oro y plata fue en las distintas guerras a las que se lanzaban los soberanos.

Lo que demostraba esta situación es que Europa había crecido por encima del sistema monetario de origen bajomedieval. Los metales preciosos dejaban de cumplir la función primordial de medio universal de pago. Para atender a las cada vez mayores necesidades comerciales se precisaba de medios de pago menos rígidos[viii]. Las letras de cambio, ya utilizadas desde la Baja Edad Media, fueron el instrumento de crédito principal para hacer frente a esta escasez. Al principio las letras de pago eran un instrumento rígido, pero desde el XVI, para amoldarse a las nuevas necesidades financieras y comerciales, se extendió la negociabilidad de las mismas. Las letras podían ser ahora descontadas y endosadas, generando una corriente de capital que afectó especialmente a las grandes urbes financieras como Ámsterdam y Hamburgo. En buena medida habían sustituido a la moneda como instrumentos de pago[ix].

La generalización de las letras de cambio fue un proceso paralelo y relacionado con otros perfeccionamientos del sistema financiero. Más que necesaria fue la institucionalización de grandes bancas privadas. Las más importantes fueron el Wisselbank de Ámsterdam, el Banco de Hamburgo y el Banco de Amberes, todos ellos siguiendo el modelo de las bancas italianas. El siguiente paso fue la fundación de entidades nacionales o públicas.

El Banco de Estocolmo, fundado en 1656 por un holandés, siendo una entidad privada fue la primera en emitir papel moneda en 1661, una prerrogativa real que duraría por treinta años. La realidad es que esta emisión de billetes se debía al enorme tamaño y peso de las monedas de cobre suecas, cuyos valores más altos llegaban a pesar varios kilos[x]. Los billetes eran pagarés, un medio muy extendido en los países de la vieja Hansa, que equivalían a determinada cantidad de táleros de cobre. La excesiva concesión de estos billetes por la alta demanda generó la imposibilidad de satisfacer los canjes. Ante esta situación el banco cerró en 1664 y los parlamentarios suecos promovieron la creación del Banco de Suecia en 1668, pero no volvieron a emitir billetes para evitar una experiencia similar[xi].

En Londres el sistema de papel-moneda funcionaba gracias a los orfebres de la ciudad, que hacían las de banqueros y acreedores de la Corona. En 1694 se fundó el Banco de Inglaterra, para evitar la dependencia de este sector y obtener financiación para la guerra con Francia. El Banco era una entidad privada, pero obtuvo la prerrogativa de emitir billetes, desplazando al papel-moneda de los orfebres. De este modo fue asumiendo las funciones de un banco nacional al servicio del Parlamento. El Banco de Inglaterra expendió una cantidad limitada de billetes, que más que sustituir a la moneda como medio de pago, sirvieron de complemento para los negocios[xii]. Tuvo un éxito donde fracasaron el resto, ya que siempre pudo cumplir con los compromisos de pago[xiii].

También en Francia se emitieron billetes. Allí fue por el influjo de John Law, un economista escocés que fundó en 1716 el Banque Generale[xiv] para poner en marcha algunas de sus teorías. El resultado fue un desastre. Los competidores financieros de la capital francesa sabotearon el proyecto de Law, que para hacer frente a los pagos emitió una ingente cantidad de billetes que pronto superaron en valor (2800 millones) la reserva de metales preciosos disponible en el banco (49 millones). La obligada devaluación de los billetes obligó a la clausura del banco y la huida de Law en 1720[xv].





[i] SCHULTZ, Helga. Historia económica de Europa, 1500-1800. Artesanos mercaderes y banqueros. Madrid, Siglo XXI de España Editores, 2001, p. 173.
[ii] En los últimos años se revalúa el impacto de las importaciones de plata y oro de ultramar en el alza o “revolución de los precios”, aduciendo que éste fue un fenómeno exclusivo de la Península Ibérica. Véase SCHULTZ, H. op. cit., pp. 175-176; o PLA ALBEROLA, P. “Crecimiento demográfico y expansión económica” en Alfredo Floristán, Historia Moderna Universal, Barcelona, Ariel, 2013, pp. 263-264.
[iii] MORINEAU, Michel. “Destrucciones, transferencias y mutaciones” en Pierre Deyon y Jean Jaquart (dir.) Historia económica y social del mundo 2: El crecimiento indeciso (1580-1730), Madrid, Ediciones Encuentro, pp. 162-163.
[iv] Esto demuestra como la “razón de Estado” se había instalado como principio imperante en la política de los soberanos.
[v] MORINEAU, M. op. cit., p. 163.
[vi] SCHULTZ, H. op. cit., p. 176.
[vii] Para entonces las compañías se habían insertado en las redes interregionales de Asia, haciendo de este comercio menos dependiente de los metales preciosos.
[viii] SCHULTZ, H. op. cit., p. 177.
[ix] VRIES, Jan de. La economía de Europa en un periodo de crisis. 1600-1750. Madrid, Ediciones Cátedra, 1979, pp. 229-230; y SCHULTZ, H. op. cit., p. 177-178.
[x] VRIES, J. op. cit., p. 232; y SCHULTZ, H. op. cit., p. 181.
[xi] SCHULTZ, H. op. cit., p. 181.
[xii] SCHULTZ, H. op. cit., p. 184.
[xiii] VRIES, J. op. cit., p. 234.
[xiv] Renombrado en 1718 como Banque Royale.
[xv] SCHULTZ, H. op. cit., p. 181-182.

1 comentario: