miércoles, 14 de enero de 2015

¿La historia de una hipocresía?



En este cuadro de Lucas Cranach el Viejo parece que vemos otro ejemplo más de los innumerables cuadros que nos muestran a Jescristo echando del Templo de Jerusalén a vendedores y cambistas siguiendo la narración bíblica (cfr. Juan 2, 13-17), sin embargo, un análisis de este cuadro, sumado a unas breves notas de la vida y época de su autor, nos pueden presentar una nueva perspectiva desde la que ver la concepción que se tenía de la economía en la fase embrionaria y los inicios de la Reforma luterana.
En este cuadro, pintado entre 1510 y 1511, esto es, varios años antes de que Lutero siquiera pudiese plantearse una ruptura con Roma para él y para millones de europeos, vemos ya ese espíritu de la Reforma. Un Jesús encolerizado expulsa del lugar sagrado a los avariciosos mercaderes y a los cambistas usurarios; estos personajes –como vemos, por ejemplo, en sus ropas– no son judíos del siglo I, son claramente alemanes del siglo XVI. Podemos llegar a ver en Cristo a un “Apóstol de los burgueses”  enfrentándose al espectro de Jakob Fugger e, incluso, siguiendo a la historiografía marxista de la extinta República Democrática Alemana, a un “socialista” preocupado tanto por el bienestar material de sus discípulos como por el espiritual.[1] En palabras de Steven Ozment, el Cristo de este cuadro aparece como un “emancipador de los pobres” que, en 1525, habría estado del lado de la revuelta campesina contra los señores.[2]
Se ha señalado que este Jesús pintado por Cranach en 1511 parece del lado de las que apenas catorce años más tarde serían calificadas por Martín Lutero de “hordas ladronas y asesinas de los campesinos”.[3] Pero el Nuevo Testamento no era para Lutero un “manifiesto comunista” que “sancionaba la dictadura del pueblo agraviado” y el statu quo debía mantenerse;[4] los pobres habrían de conformarse con su situación. Después de 1525 fue patente que la nueva religión del agustino sajón no se apegaría a la literalidad neotestamentaria que promovía la comunidad de bienes, como sí haría la rama “evangélica” del protestantismo.[5] Fueron Friedrich Engels y Karl Kautsky quienes, interpretando precisamente los hechos de 1525, articularon el discurso antiluterano que se ha considerado canónico por la historiografía marxista que definía al reformador como un “traidor de clase” sin ninguna concesión. Lutero fue contrapuesto a Müntzer en un reflejo de la concepción dialéctica de la historia marxista por estos autores así como por Ernst Bloch, quien sí valoró algunos aspectos del Lutero anterior a 1525.[6]
Una revisión de estas posturas dentro del marxismo fue llevada a cabo por Leo Kofler en la década de 1970. Este historiador se alejo de Engels, Kautsky y Bloch acercándose a autores “burgueses” como Max Weber o Ernst Troeltsch para acabar definiendo el luteranismo como un “movimiento de compromiso” que “inicialmente se alió con las fuerzas populares y sectarias” en el que finalmente vencieron a su aparente radicalismo los posos medievales y conservadores de su estructura social.[7] El propio Troeltsch ya había escrito en 1911 que “jamás la piedad luterana ha albergado un impulso para un desarrollo económico fuerte” y  que la ética económica luterana “ha tenido que templar mucho sus principios” pues la de Lutero no difiere para él “de la de cualquier otro autor medieval”.[8] Para Martín Lutero la función del Evangelio que predicaba no era la denuncia de las injusticias para establecer la justicia bíblica sino señalarlas a la autoridad para que legislase estableciendo una justicia civil;[9] “El Evangelio no se ocupa de las cosas temporales ni de saber si la justicia reina en esta tierra o lo que hay que hacer para que reine”.[10]
La doctrina luterana de la justificación cambió de hecho la concepción medieval de la pobreza, la cual “desespiritualizó”.[11] La fe y no las obras contaban para la salvación de las almas de los reformados, lo que daba más énfasis a las críticas de quienes, como los Fugger, buscaban la redención con proyectos tales como el Fuggerei.[12] No obstante, los primeros luteranos alemanes también combatieron el denominado “mammonismo[13]. Aunque cierta historiografía luterana ha tratado –y aún trata– de transmitir la idea de un Lutero crítico con las estructuras sociales y económicas de su época nos parece más verosímil la figura conservadora que, en materia económica, no se llega a separar demasiado del poder de los príncipes, muy enriquecidos ya en estos primeros años de la Reforma. En definitiva, Martín Lutero mantiene, durante toda su vida, una “actitud tradicionalista” que insta a “la resignación ante las injusticias del mundo” y que es  heredada del catolicismo medieval que en nada contribuye a la aparición de la “moderna vida económica” que Troeltsch identifica con el capitalismo.[14]
Nos dice Lucien Febvre que “Lutero era, por sus orígenes, un pequeño burgués de ideas cortas” que “lo ignoraba todo del mundo que lo rodeaba” refiriéndose a las problemáticas políticas económicas y sociales pues, para Lutero, la vida terrenal no era apenas relevante en comparación con el mundo futuro.[15] Quizá por eso el luteranismo de finales del XVI y principios del XVII “lo hubiera cubierto de vergüenza, si no le hubiera sido casi completamente extraño”[16]. Y de ese luteranismo quizá ya empecemos a ver algo uno de los más estrechos colaboradores de Lutero, aquel pintor con quien había trabajado en muchas de sus obras, que había grabado para él una valiosísima propaganda antirromana que acompañaba sus libelos, que había pintado aquel cuadro contra la usura y el comercio. Aquel pintor que se convertiría en pintor de la corte del elector sajón llegando a percibir con el elector Juan Federico de Sajonia un salario anual hasta su muerte de cien florines.[17]
Volviendo al artista al que nos referíamos al principio, podemos ver también un cambio en su vida a partir de la primera década del siglo XVI, cuando Lucas Cranach el Viejo se mudó desde el castillo de Wittenberg a la ciudad, comprando dos casas adosadas de la plaza del mercado. La reforma de estas, entre 1512 y 1517, hizo que Cranach se hiciese con más de 11.500 ladrillos, 7.300 tejas, setenta carros de piedra caliza.[18] En 1518 su casa contaba con 84 habitaciones y 16 cocinas.[19] Tras su matrimonio en 1512 a sus dos casas se sumó una tercera en Gotha, al tiempo que adquiría numerosas propiedades en los campos cercanos a la capital de la Sajonia electoral. En 1520, siendo Cranach uno de los hombres más rico de Wittenberg, una ciudad de cerca de 2.000 habitantes y unas 400 casas en esa fecha, consiguió que el príncipe elector renovase el privilegio concedido al anterior propietario de una de sus nuevas viviendas por el que consiguió el monopolio de las especias y medicinas en la ciudad para su farmacia. A su trabajo de pintor y grabador, Cranach había sumado el de político –llegando a ser alcalde– y boticario, lo que supuso mayores beneficios para él, que indiscutiblemente se convirtió en el burgués más rico de la ciudad, y su familia, que mantuvo el privilegio de la farmacia hasta el siglo XIX.[20]
Lutero y Cranach, dos protagonistas de la Reforma, representaron dos mundos muy diferentes unidos en un proyecto común que además de al cristianismo, quizá sin pretenderlo en sus inicios dio un vuelco a la sociedad, la economía y la cultura europeas. La evolución del pensamiento de ambos se reflejó en sus vidas y, de manera más relevante para el devenir de la historia europea, en sus obras. No juzgamos aquí la supuesta hipocresía que en ellos hubiera podido haber, antes bien, señalamos las contradicciones y las transformaciones que ambos experimentaron porque, en gran medida, en ellas estriba el origen del mundo moderno
                                                                                                                                                                                                                                                                        




[1] Ozment, Steven, The Serpent and the Lamb: Cranach, Luther, and the making of the Reformation, Yale University Press, 2011, p. 16 y notas 25 a 27, p. 283.
[2] Ibídem, p. 18.
[3] Véase Egido, Teófanes (Ed.), Lutero. Obras, Salamanca, Sígueme, 1997, pp. 271-277.En la introducción al escrito del reformador Teófanes Egido apunta a que “aunque anacrónico, el calificativo de aburguesado que se le aplica (a Lutero) en  esta fase segunda (se refiere a los años posteriores a 1525) no es del todo inexacto” en comparación con sus años de “batallador”.
[4] Blickle, Peter, The Revolution of 1525. The German Peasants’ War from a New Perspective, Baltimore, The Johns Hopkins University Press, 1981, p. 195.
[5] Wandel, Lee Palmer, The Reformation. Towards a New History, Cambridge, Cambridge University Press, 2011, pp. 94-95.
[6] Brady Jr., Thomas A., “Marxist Evaluations on Luther’s Thought” en VV. AA., The Oxford Handbook of Martin Luther’s Theology, Oxford, Oxford University Press, 2005, pp. 573-583, esp. pp. 574-577.
[7] Kofler, Leo, Zur Geschichte der burgerlichen Gesellschaft, Neuwied y Berlin, Luchterhand, 1971. Citado en ibídem, pp. 577-578.
[8] Troeltsch, Ernst, El protestantismo y el mundo moderno, México DF, Fondo de Cultura Económica, 1951, p. 74.
[9] Lindberg, Carter, “Luther’s stuggle with social-ethical issues” en McKim, Donald K. (Ed.), The Cambridge Companion to Martin Luther, Cambridge, Cambridge University Press, 2003, pp. 170-178, esp. p. 173.
[10] Febvre, Lucien, Martín Lutero: un destino, Fondo de Cultura Económica, México D.F., 1956, p. 217.
[11] Ibídem, p. 171.
[12] Ozment, Steven, op. cit., pp. 16.
[13] Este término se refiere a mammón, palabra aramea que significa riqueza y que aparece en los Evangelios para describir la abundancia material o la avaricia.
[14] Troeltsch, Ernst, op. cit., p. 74.
[15] Febvre, Lucien, op. cit., p. 216.
[16] Ibídem, p. 268.
[17] Ozment, Steven, op. cit., pp. 262.
[18] Ibídem., pp. 89-90.
[19] Ibídem, p. 92.
[20] Ozment, Steven, op. cit., pp. 92-93 y Rublack, Ulinka, Reformation Europe, Cambridge, Cambridge University Press, 2005, p. 19.

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