sábado, 11 de octubre de 2014

DE ANIMALES Y TULIPANES.
La tulipomanía no fue cosa de broma ni flor de un día. La tulipomanía fue la primera gran crisis financiera de la historia moderna, quizá de toda la historia. La dichosa florecita era sagrada en Turquía y desde allí llegó a Holanda en 1559. Total que si bien pudo haber sido considerada una flor dañina y como parecida a la mala hierba, pues crecía y se desarrollaba con honda prestancia y elegante garbo muy al contrario se convirtió en un preciado bien que como por arte de birlibirloque adoptaba formas exóticas, capullos más altos, más coloridos, tonos diferentes…todo Ámsterdam se las traía y se las tenía con el dichoso bulbo, en poco tiempo se negociaba con el tulipán. Hasta en las tabernas incluso se creó el primer mercado de futuros con aquellos pequeños bulbos coloreados. Un artesano bien pagado podía dar su sueldo de quince años[1]. Claro, el artesano que tan ahorrativo había sido no podía saber que ese color tan exclusivo, tan demandado, y por lo mismo tan escaso provenía de un virus que le inoculaba un humilde bichito: el pulgón que, sin comerlo ni beberlo(animalito) estaba volviendo loca a media Holanda y parte de la otra media. Total que el color era aleatorio, y había algunos colores que ni aleatorios ni nada, eran puramente fortuitos y estos eran los que mejor se pagaban.
            Ya en 1623 se llegó a pagar por un bulbo la escalofriante cifra de 1000 florines.
            La fiebre del pulgón, de la florecita dichosa y de la riqueza fácil y sin cuento llegó a las capas más altas socialmente que llegaron a vender hasta la misma casa de sus entretelas que tantos sacrificios les había costado edificar por tener un bulbo de aquellos con decoración a lo Andy Warhol de ahora, que diríamos. La cuestión no era moco de pavo, más bien era savia de tulipán: hasta un 500 por ciento de beneficio se podía obtener.  Se dice que había gente tan burra que cambiaba su burro (el de arar no el individuo-burro aunque igual hubiera dado) por un tulipán, y que hubo uno (marinero y también burro de cuidado) que confundiéndolo con una cebolla y para matar su hambre se comió uno con tan mala fortuna que cuando se dio cuenta se había zampado un tulipancillo valorado en unos 3000 florines (ingreso medio anual= 150 florines) El pobre hombre dio con sus huesos en la cárcel y se le quitaron las ganas de comer cebollas y por supuesto tulipanes durante por lo menos medio año que es lo que le cayó en la trena por tener tanta hambre. [2]

[3] 4600 florines del ala se llegaron a pagar por este ejemplar
           

     Como la naturaleza humana tiene mucho de burro y poco de tulipán resultó que la peste de 1636 supuso una nueva vuelta de tuerca para el floreciente negocio: no había mano de obra para cultivar el “tuli”. Resultó que habiendo escasez del producto, la demanda se disparó y no había manera de cubrirla (¿os suena la tontería?) ¿Pues que os creéis que ocurrió? Pues sí, efectivamente, que la gente se atrincheró en las tabernas y en los lupanares a realizar sus “bisness” (que diría un cheli) sobre una mercancía que no existía. Se había prohibido esto por el gobierno, pero ay, la codicia del ser humano no conoce de mesura, a esto se le llamó “negocio del aire”[4]. Las gentes de cualquier clase y condición se dedicaron a la compra de los bulbos que para mayor inri no podían ser desenterrados pues sencillamente se morían. Así que el tulipán se convirtió en herramienta financiera ergo intangible ergo especulativa, o sea se vendían los derechos que no el dichoso tulipán contante y sonante[5]. El asunto se salía de madre, no cabía en los arenales de los pólderes y desde luego hubo que meterlo en un lugar a su medida: en la bolsa de Ámsterdam. Y la gente definitivamente loca (y burra claro) siguió hipotecándose hasta las cejas, bueno esas no, que esas no eran ni tulipanes ni oro ni valían na de na.
            Para que nos hagamos una idea con 2500 florines uno podía comprar 27 toneladas de trigo, 50 toneladas de cebada, 4 toneles de cerveza o dos toneladas de mantequilla, 4 bueyes gordos, 8 gorrinos torpones, 12 ovejas[6]…y no me preguntéis por los burros porque visto lo visto igual con un el redil de un casoplón cortijero no hacíamos nada…
            En Leyden, Harlem o Rotterdam se nombraron notarios exclusivamente para llevar a cabo operaciones de tulipanes o “tüllbents” (turbantes en turco) los cuales seguían su ascenso meteórico en pro de los ansiados “máximos” bolsísticos. Dos años antes del derrumbe de la cotización se llegaron a pagar 100.000 florines por 40 raíces de estas y al año siguiente otra persona ofreció 12 acres de terreno edificable por una variedad llamada Semper Augustus. No estaba sola la plantita pues eran dos augustas en realidad y por la otra se pagaron 4600 florines, un coche nuevo dos caballos grises (la cosa iba subiendo imparablemente, ya nada de burros ni gorrinos) y un juego completo de arneses. [7] Aunque si hubieran estado allí los divinos Marxistas, entiéndaseme la bocina de Harpo y la lengua viperina de Groucho también hubieran añadido: “…Y también dos huevos duros”.

    Una sátira de la manía del tulipán. Jan Brueghel el Joven. 1640. ¿Aquí no aparecen burros pero adivináis quienes y que hacen los monos que tan hábil y metafóricamente retrata el artista?


      Pero hete aquí que llegó febrero del 37, de 1637 me refiero, un febrero negro como lo fue el octubre negro de casi trescientos años después y nada de color de tulipán vistoso y coloreado, venía oscuro, oscuro como el hollín. El 5 de ese mes salió a la venta un cupo de tulipanes: 99 tulipanes 99.000 florines. Alguien se dio cuenta que la locura no podía seguir por siempre, los ricos fueron los primeros que se dieron cuenta claro, a ver si no porqué son ricos. Pero antes todo el mundo se creyó que siempre se podía ganar, con lo cual los precios se volvieron a disparar un poco más. Fue la calma que precede a la tempestad porque el asunto es que ya no quedaba ni un triste florín que meter a la compra del ansiado recurso financiero. De la noche a la mañana el mercado se hundió, el día 6 medio kilo de tulipanes salieron a la venta por 1250 florines y nadie pujó por ellos[8]. El mercado había hecho catapum chimpum y se acabó. El gobierno tuvo que intervenir y fijar precios de cambio, 10 florines, lo cual no satisfizo ni a unos ni a otros, pues los unos habían comprado muy alto y los otros no los querían ni a ese precio. Del hombre y el burro nunca más se supo aunque las malas lenguas llegaron a decir que los vieron llorando el uno por el otro y por el vacío tan enorme que cada cual había dejado en la vida del otro.
Bibliografía:
MACKAY, Charles, Delirios multitudinarios. La manía de los tulipanes y otras famosas burbujas financieras Editorial Milrazones, Barcelona, 2009
TORRE, Victoria, LIROLA Julián, FERNÁNDEZ, Covadonga y FORTALEZA, Miguel, 15 más 1 Crisis de la bolsa, Pearson, Madrid 2012.
TRÍAS DE BES, Fernando, El hombre que cambió su casa por un tulipán, Temas de Hoy, Madrid 2010
Otros recursos:
Vídeo:
Programa de radio:    










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