lunes, 27 de octubre de 2014

LA ECONOMÍA DE CARLOS III. 1ª PARTE.
INTRODUCCIÓN
Al principio del reinado de Carlos III éste estuvo muy influenciado por la corriente existente de lo que se dio en llamar arbitrismo y proyectismo[1] de la escuela de Salamanca cuyas pautas venían dominando en Europa y en la política económica de los borbones y por supuesto de España. Sin embargo durante el reinado del hermano de Fernando VI la prioridad según él mismo declara pasa a ser la reconstrucción y desarrollo de la agricultura impulsada por la creciente influencia de la fisiocracia francesa y por los avances científicos que habían desarrollado los ingleses en el cultivo de la tierra. [2] Con ello se pensaba en una mayor producción agraria pero a su vez para ello había que conseguir la eliminación de trabas institucionales, por ejemplo los peajes y los precios marcados por el gobierno. Según relata Domínguez Ortiz en su monografía sobre Carlos III la actuación del gobierno en la aplicación de estas novedosas y en principio ventajosas leyes se vio impedida de manera mayestática por los continuos y desmesurados cruces de acusaciones que se vertían entre nobles y jornaleros, entre jornaleros y labradores, los labradores con los ganaderos y viceversa y así hasta la saciedad conformando un cuadro en el que resultaba imposible una actuación equitativa y justa por parte del estado[3].
            También hay que tener en cuenta que otro de los ejes sobre los que basó su reforma económica Carlos III fue sobre la gestión de los recursos que llegaban de las indias, así a finales de la década de los años 50´s del siglo XVIII los ingresos regios suponían alrededor de 489 millones de reales de los cuales “sólo” 360 millones provenían de fuentes ordinarias peninsulares, incluyendo impuestos de aduanas y otros de Andalucía, sin embargo esta situación se vería visiblemente modificada cuando ya en la década de los 80´s de ese mismo siglo los ingresos provenientes de las américas suponían el 45 % del total real cuando treinta años antes habían sido de apenas un 25 %.[4] Se pasa de una horquilla que algunos sitúan entre los cinco y los nueve millones y medio de individuos en el período 1712-1717 a los once millones y medio de almas de 1797. Sin embargo es preciso señalar que según el censo de Campoflorido la cifra más aceptada es la de siete millones y medio para 1715, es decir que según estos datos la población se habría incrementado en cuatro millones de personas o lo que es igual, en un porcentaje de aproximadamente un cincuenta por ciento. Con esta cifra nada desdeñable sin embargo debemos mantener ciertas reservas sobre la fiabilidad de las fuentes y las mediciones.[5] También en consonancia con lo que se estilaba en aquel momento en el resto de Europa. Los nombres que hicieron posible el tímido intento de reformas (más confiados y defensores a ultranza de él al principio) fueron los de Campomanes, Floridablanca, Olavide, Sïsternes y sobre todo Jovellanos, amén de las sociedades de amigos del país. [6]
LA HACIENDA EN TIEMPOS DE CARLOS III
            Como precedente a la figura fiscal de la Hacienda Pública, o precedente de lo que se podría considerar como tal, desde 1749 se impondría el llamado catastro de Ensenada en 22 provincias por el cual se impondría un gravamen a los castellanos, basado en su riqueza individual y que incluiría también a los eclesiásticos. Este expediente habría de esperar hasta 1770. Las rentas provinciales fueron suprimidas se quitó el gravamen del 14 por ciento y la sala de Millones del consejo de Hacienda. Hacia 1785-87 se creó un impuesto sobre los “frutos civiles” que eran los alquileres de casas, rentas inmobiliarias, censos, derechos jurisdiccionales. Desde 1722 hasta 1807 la hacienda real triplicó sus ingresos. En 1763 España era el tercer país recaudando fondos tras Francia y gran Bretaña con 131,8 millones de libras tornesas.
            En cuanto a los gastos sólo hay datos seguros para antes de Carlos III, entre 1722 y 1760. Pero es evidente que el saldo es negativo hasta el caos financiero de 1793 por el estrangulamiento al que sometía a la economía el gasto bélico. Con estos crecientes niveles impositivos, a Carlos III solo le quedó la vía de la deuda pública para financiarse. [7] Por mediación del financiero Cabarrús en 1780 Carlos III ordenó la emisión de casi 150.000.000 de reales de vellón en forma de títulos negociables a veinte años y al 4 por ciento. Al año siguiente y al otro se realizaron nuevas emisiones. No sería hasta diez años después de la muerte del rey cuando se descubriese trágicamente que aquellos vales se habían depreciado hasta casi la calificación podríamos decir hoy en día, de bonos basura. No era algo que se saliese de los cálculos que estas emisiones en realidad no eran más que huidas hacia delante, hacia un pozo sin fondo por lo que en 1782 se crea el
Banco Nacional de San Carlos con un capital cuore de 300 millones de reales emitidos en acciones a dos mil reales aunque su colocación fue morosa hasta 1785. En los años siguientes se constataría la devaluación de los intereses ofrecidos en principio desde el 7,25 por ciento hasta 1788, un 4,75 hasta 1798. Con este panorama es fácil soslayar que en sucesivos años estas acciones fueran cayendo en una progresiva de pauperización que lastró sobre manera el desarrollo financiero del estado. [8]




[2] VARIOS, Actas del congreso internacional sobre Carlos III y la ilustración, vol. II, Ministerio de Cultura, Madrid 1989, p. 140.
[3] DOMÍNGUEZ ORTIZ, Antonio, Carlos III y la España de la ilustración, Alianza editorial, Madrid, 1988, p. 128
[4] RINGROSE R, David, España 1700-1900: el mito del fracaso; Alianza Universidad, Madrid 1996; p. 138-9.
[5] Ibidem, pp. 111
[6] PÉREZ ESTÉVEZ, Rosa María, La España de la ilustración, Madrid, Editorial Actas, 2002, p. 35
[7] GARCÍA CÁRCEL, Ricardo, Historia de España siglo XVIII, la España de los Borbones, Madrid, Cátedra, 2002, p. 310
[8] Ibídem, p. 312

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