miércoles, 22 de octubre de 2014

El comercio entre Europa y Asia (I): El potencial asiático en la Edad Moderna

            Lo que inquietó a los europeos cuando llegaron por primera vez a Extremo Oriente fue sobre todo las especias, si bien pronto se dieron cuenta de las numerosas mercancías que les permitirían obtener beneficios: el cobre japonés, el algodón indio, la seda persa y las porcelanas y el té chinos, entre otras. Sin embargo, el principal problema para Europa era que apenas tenía nada que ofrecer a Oriente que pudiesen desear allí. La realidad entre los siglos XVI y XVIII era que Asia tenía tanto materias primas como manufacturas que interesaban a Europa y, debido a la falta de productos occidentales que exportar a Oriente y así compensar las importaciones, gran parte de lo comprado era pagado con enormes cantidades de materiales preciosos. De este modo, se puede afirmar que existía, con la salvedad de un limitado comercio entre Extremo Oriente y la América española, un comercio intercontinental consistente en una enorme corriente de plata desde América a Europa y de éste a Asia y un vasto flujo de bienes en la dirección opuesta, con productos asiáticos exportados a Europa y productos europeos a América. Que no había equilibrio entre las importaciones y las exportaciones no escapaba a los contemporáneos, contando el comerciante neerlandés Van Linschoten, que los veleros que viajaban a Oriente “no llevan más que una carga ligera, compuesta únicamente de algún barril de vino y de aceite y de pequeñas cantidades de mercancías […] no transportaban nada más, porque lo que principalmente se manda a las Indias son reales de a ocho” (Cipolla, 2010: p. 53).

            China era un país asiático de gran potencial en la Edad Moderna. A comienzos del siglo XV, con el imperio de los Ming, ya tenía 100 millones de habitantes y una superioridad que se reflejaba en grandes expediciones al Océano Índico y colonias comerciales en el sudeste asiático, si bien su política marítima fue abandonada y China se limitó a la consolidación de su dominio continental frente a la amenaza de los mongoles. En la Edad Moderna, tras la recesión del siglo XVII, la economía china creció durante las últimas décadas de siglo. De 1650 a 1800 la población pasó de una cifra entre los 100 y 150 millones de habitantes a 300. En las zonas más avanzadas, como el delta del Yangzi, existían altos niveles de productividad agrícola, una elevada densidad manufacturera, eficientes mercados y un notable comercio regional e interregional. Por otro lado, la expansión de los regadíos y del arroz permitió elevar la productividad de la tierra, mantener densas poblaciones y aumentar la especialización. (Comín, 2005: p. 124).

            El comercio con Extremo Oriente preocupaba a los europeos pero los intentos para mejorar la situación fracasaron. La Compañía Inglesa de las Indias Orientales fue incapaz de entrar en el comercio con Nankín y otras ciudades de China septentrional. La posibilidad de exportar el arte occidental se derrumbó por su excesiva religiosidad, nada interesante para los pueblos asiáticos, del mismo modo que el esfuerzo de la Compañía Holandesa de las Indias por vender grabados. Peor que la escasez de exportaciones a Oriente fue la competencia que supusieron algunos productos importados de Asia con los europeos: tales son los casos de las sedas y los calicós indios respecto de la industria textil inglesa y la importación de seda y otros productos textiles de China a Francia. Ante la urgencia que esto supuso para la producción nacional, las leyes prohibiendo esas importaciones no tardaron en llegar.

            Como se puede apreciar, la situación imperante era la incapacidad de exportar productos a Asia así como de competir con los productos análogos de fabricación oriental. El déficit comercial era obvio, y un comerciante de Bristol llamado J. Cary lo expresaba así:

Considero que el comercio con las Indias orientales, de tan poco provecho tal como se está llevando a cabo, nos causa muchos prejuicios, porque provoca la exportación de metales preciosos, vende pocos productos nuestros y, en cambio, comporta la importación de objetos perfectamente fabricados que impiden que se consuma de los nuestros (Cipolla, 2010: p. 54-55).
            Cipolla afirma que durante los siglos XVI, XVII y XVIII “no hubo cambios tecnológicos de gran importancia, y, aparte de unas pocas innovaciones limitadas, gran parte de la actividad industrial continuó como había estado durante siglos” (Cipolla, 1979: p. 75). La capacidad manufacturera aumentó y se amplió la variedad de productos pero los progresos no eran suficientes como para competir contra países asiáticos superiores técnicamente. Si retrocedemos en el tiempo, en Europa se descubrió la pólvora con la combinación de carbón, salitre y azufre siglos más tarde que en China. En la Edad Moderna se puede observar la preponderancia asiática en la cerámica, pues mientras surgían avances en su fabricación en la zona mediterránea, la porcelana china se adueñó del mercado y en el siglo XVII se puso de moda la chinoiserie, siendo a partir de entonces cuando se comenzaría a investigar tal artesanía y fabricándose la primera porcelana europea a comienzos del siglo XVIII. Europa estará, salvo en casos limitados, a la zaga respecto de Asia en cuanto a la industria y las innovaciones en el sector, lo que puede chocar fácilmente con la visión eurocéntrica que normalmente tenemos en el Viejo Continente.




CIPOLLA, C. M., Historia económica de Europa. Siglos XVI y XVII, Barcelona, Ariel, 1979.
------, Las máquinas del tiempo. Estudios sobre la génesis del capitalismo, Barcelona, Crítica, 2010.
COMÍN, F., HERNÁNDEZ M., y LLOPIS, E., (eds.), Historia económica mundial. Siglos X-XX, Barcelona, Crítica, 2005.


No hay comentarios:

Publicar un comentario