jueves, 30 de octubre de 2014

Esclavitud en Haití


La paz de Ryswick firmada en 1697 pone fin a la guerra de la Liga de Augsburgo (1688-1697) en la que Francia se enfrentó con la mayor parte de las potencias europeas –casa de Austria con el emperador y el rey de España, Saboya y la mayor parte del Imperio, y el bloque anglo-holandés- como consecuencia de la política expansionista de Luis XIV. Este tratado supuso, entre otras clausulas territoriales, la concesión para Francia por parte de España de la parte occidental de la isla de Santo Domingo, que se convertiría en una de las colonias más preciadas del imperio francés dedicada al cultivo de productos coloniales como el café, el algodón, el añil y sobre todo la caña de azúcar.
La producción de azúcar en Haití comenzó a finales del siglo XVII principios del XVIII y rápidamente se convirtió en la colonia más productiva de las Antillas, hecho que se incrementó con la independencia en 1783 de las 13 colonias inglesas que comenzaron a surtirse de productos coloniales franceses. Como muestra de este auge económico cabe destacar que Haití en el 1789 exportaba alrededor de 144089831 libras de azúcar convirtiéndose en la principal colonia productora y exportadora. Este auge económico estuvo íntimamente ligado con la explotación de carácter esclavista por la cual millones de africanos – se calcula que alrededor de 11- fueron raptados de sus tierras de origen y transportados en condiciones infrahumanas hasta las colonias americanas para engrasar con  su sangre y su fuerza de trabajo la maquinaria de la producción azucarera.
Las plantaciones de caña de azúcar que pululaban por toda la isla requerían una abundante mano de obra tanto como consecuencia de la extensión de las plantaciones como de la dureza del trabajo ya que la extracción del jugo y la fabricación del azúcar en los ingenios duraba siete u ocho meses al año con jornadas diarias de hasta 18 horas lo que agotaba rápidamente la fuerza de trabajo y hacía necesaria su sustitución. A este trabajo agotador debemos añadir el trato que recibían los esclavos pues los amos blancos solo disponían de la fuerza por lo que en este tipo de colonias se instauro un régimen de brutalidad calculada como método para mantener dócil al ingente número de población esclava, a pesar de existir el Código del Negro promulgado en 1685 por Luis XV que intentaba asegurarles un “tratamiento digno” la brutalidad siguió siendo la tónica en las relaciones amo-esclavo tal y como señala James:
“Pero no había treta ingeniada por el miedo o una imaginación depravada que no se pusiese en práctica para quebrar su ánimo y satisfacer las ambiciones y el resentimiento de sus propietarios y guardianes: hierros en las manos y en los pies, bloques de madera que los esclavos debían arrastrar consigo fueran donde fueran, la máscara de latón concebida para impedir que los esclavos comiesen la caña de azúcar, el collar de hierro. Los latigazos se interrumpían para pasar un trozo de madera candente sobre las nalgas de la víctima, sal, pimienta, limón, carbonilla, acíbar y cenizas calientes eran vertidos sobre las heridas sangrantes. Las mutilaciones eran habituales, piernas, oídos, y a veces las partes íntimas, para privarlos de los placeres en los que podrían haber incurrido gratuitamente. Los dueños vertían cera hirviendo sobre sus brazos, manos y hombros, vaciaban el azúcar de caña hirviente sobre sus cabezas, los quemaban vivos, los asaban a fuego lento, los rociaban con dinamita antes de encenderlos con una cerilla; los enterraban hasta el cuello y untaban sus cabezas con melaza para que las moscas las devorasen, los ataban junto a nidos de arañas o de abajas, los obligaban a comer sus excrementos, a beber su orina, a lamer la saliva de otros esclavos”. (Pág. 28-29)
Como consecuencia de este aumento en la necesidad de mano de obra el número de esclavos importados registró un aumento durante todo el siglo XVIII alcanzando sus mayores cotas en el período prerrevolucionario de 1780 a 1790, ya que en 1789 la colonia disponía de 426000 esclavos en relación a solo 40000 colonos blancos.
La situación de las masas de esclavos provocaba un clima de lucha de clases que se visibilizaba en las rebeliones, tanto individuales como colectivas, contra el régimen esclavista. En el apartado de la rebelión individual podemos encontrar desde actos de sabotaje como el asesinato de los animales de la plantación, la destrucción de maquinaria, la quema de cultivos e incluso el suicidio para privar al amo de su fuerza de trabajo  hasta actos de asesinato como podría ser el envenenamiento del patrón  o de sus familiares, generalmente sus hijos, e incluso el asesinato por parte de las esclavas de sus propios vástagos para negar a los patrones su futura fuerza de trabajo. En el ámbito de la rebelión colectiva debemos destacar la huida de grupos de esclavos, dando lugar al cimarronaje, que se organizaban en comunidades libres e independientes situadas en las montañas donde podían realizar sus ritos y costumbres africanas, se trataba de grupos reducidos - en la década de los 50 se contabilizaban alrededor de 3000 distribuidos en grupo poco numerosos- que se dedicaban asaltar las propiedades de los blancos y a practicar el bandidaje en los caminos. La rebelión más importante de este período fue la de François Mackandal en 1752 que consiguió organizar bajo su mando a todas las bandas de cimarrones con las que atacó las plantaciones durante seis años e intentó fomentar una insurrección general pero fue traicionado y quemado vivo en 1758 por las autoridades coloniales.


 

El ejemplo de Mackandal no fue en vano ya que el 22 de agosto de 1791 se inició una insurrección general en el norte de Haití que se extendió rápidamente por toda la colonia lo que supuso la organización de un potente ejército de esclavos liberados dirigidos por Toussaint Louverture que consiguió derrotar tras trece largos años de lucha a las principales potencias esclavistas de la época -España, Francia e Inglaterra- y fundar la primera República Negra de la historia siendo la única rebelión de esclavos victoriosa de la historia y haciendo realidad, por fin, la vieja canción  haitiana de los tiempos de la esclavitud:

Eh! Eh! Bomba! Heu! Heu!

Canga, bafio té!

Canga, mouné de lé!

Canga, do ki la!

Canga, li![1]

 

Bibliografía:

-         James, C. L. R. (1938). Los jacobinos negros. Madrid. Turner. Fondo de Cultura Económica.

-         Lepkowski T. (1968). Haití. La Habana. Estudios del Centro de Documentación.




[1] “Juramos destruir a los blancos y todas sus posesiones; mejor morir que faltar a este juramento”

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